jueves, 2 de abril de 2015

La copa de la obediencia

Francisco Aular
Lectura devocional: Lucas 22:39-46        
Diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Lucas 22.42 (RV60)

Perdónenme que comience de una manera muy personal, pero hoy estoy cumpliendo 52 años de haber nacido de nuevo. Sí, recuerdo que aquel Jueves Santo del año 1963, leyendo la Biblia, Dios me llevó a San Juan 17:20, y con ese versículo Él tocó mi corazón. En cierta manera, no lo he alcanzado todo en la vida cristiana en cuanto a la perfección en Él, pero sigo con un sentido de gratitud hacia mi Señor y Salvador, creciendo cada día en el camino, la verdad y la vida. Lo que sí puedo añadir es que Dios me hizo nacer para ser bendecido y bendecir a otros. Así que, de entre todas las bendiciones que el Señor me ha dado está la inolvidable visita que hiciera a Israel en 1988, la cual me marcó para siempre. A continuación relato una experiencia de las muchas que tuvimos allí, en compañía de mi maestro de Homilética en los días del Seminario don Germán Núñez Bríñez.
Llegamos al Monte de los Olivos y al lado del Templo de Todas las Naciones, con sus doce cúpulas representando las doce tribus, está ubicado el Jardín de Getsemaní, pero cuando llegamos estaba cerrado, "¡no, no puede ser!", exclamé con desilusión. A lo lejos, noté que el guardián del lugar se dedicaba a las labores de limpieza, noté también que era un palestino. Le hice señas para que se acercara, el hombre vino y nos dijo que cerraban el lugar un día a la semana por labores de mantenimiento. Insistí, el hombre al ver mi frustración se le ablandó el corazón, y haciendo señales de que no se lo dijéramos a nadie, nos dejó entrar. Mi corazón saltaba de alegría y mis ojos no dejaban de disparar imágenes de todo el lugar. Allí quedan todavía ocho olivos originales, con más de tres mil años de edad, y en cierto lugar se contempla la roca de la Agonía, donde se supone que Jesús, oró, lloró y agonizó. ¡No pude resistirme y me arrodillé, lágrimas de gratitud fluían de mis ojos! Me pareció contemplar a JESÚS sufriendo, gimiendo en una agonía total, el sudor rojizo de su frente, cayendo gota a gota sobre aquellas piedras, sentí que toda la tempestad del mundo caía sobre sus hombros. Más aun, estar ahí en Getsemaní era contemplar que a los ojos de un Dios tres veces santo, el pecado es tragedia, dolor y desastre. No existe nada bueno en el corazón del ser humano pecador, la obediencia a Dios es la columna sobre la cual debiera descansar toda respuesta del ser humano al amor de Dios, pero desde Adán -el habitante feliz del Jardín del Edén-, la desobediencia ha sido nuestra única respuesta al Dios Santo.
¡Pero he aquí el segundo Adán: JESÚS! En Él, la obediencia es total. En toda la historia de la salvación desde antes de la fundación del mundo, Getsemaní es el punto de no retorno, es el punto del trueque, del intercambio: ¡Jesús toma el lugar del pecador! Nadie lo obliga a hacerlo. Pero el amor de JESÚS es grande, y decide sobre esa base -como el primer Adán-, porque tiene delante de sí el obedecer o el desobedecer. La lucha es real y se le da la copa del precio que tendrá que pagar; la toma o la deja. Fue entonces que en mi espíritu, escuché el final más feliz de toda la prueba de Getsemaní, y también de mi oración: "Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Y, se tomó la copa hasta la última gota: ¡La obediencia, por fin, había triunfado!
La copa de la obediencia, no fue tomada en la cruz, sino en Getsemaní. En este jardín hubo batalla, pero en el Calvario hubo victoria. Sin Getsemaní, no tuviéramos el Calvario, y sin éstos, no tuviéramos esperanza sobre el dolor y la muerte que nos trae la Resurrección. Ante ésta visión de la Pasión de JESÚS, cualquier sufrimiento nuestro, es cosa pequeña y debo aprender a beber con Él, mi copa de la obediencia. Por eso en mi cumpleaño espiritual ¿Qué más puedo pedirle a Dios?, y con la poeta chilena Gabriela Mistral, en esta hora en contemplación y meditación de estas cosas, puedo cantar un: 
Himno litúrgico de víspera
Gabriela Mistral

Esta tarde, Cristo del Calvario,
vine a rogarte por mi carne enferma;
pero, al verte, mis ojos van y vienen
de tu cuerpo a mi cuerpo con vergüenza.

¿Cómo quejarme de mis pies cansados,
cuando veo los tuyos destrozados?
¿Cómo mostrarte mis manos vacías,
cuando las tuyas están llenas de heridas?

¿Cómo explicarte a ti mi soledad,
cuando en la cruz alzado y solo estás?
¿Cómo explicarte que no tengo amor,
cuando tienes rasgado el corazón?

Ahora ya no me acuerdo de nada,
huyeron de mí todas mis dolencias.
El ímpetu del que traía
se me ahoga en la boca pedigüeña.

Y sólo pido no pedirte nada,
estar aquí, junto a tu imagen muerta,
ir aprendiendo que el dolor es sólo
la llave santa de tu santa puerta.
Oración:
Padre eterno:
¡Gracias amado Dios por enviar a tu Hijo a morir por mí! Tal razonamiento me hace humillarme delante de tu amor, y rogarte que yo tenga fuerzas para seguir predicando este mensaje. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
¿Está en alguna encrucijada de la vida? Escoja hacer la voluntad de Dios sin mirar el costo.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?


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