Francisco
Aular
Lectura devocional: Salmo 119:65-72
Yo solía desviarme, hasta que me
disciplinaste; pero ahora sigo de cerca tu palabra. Salmo
119:72 (NTV)
En esta
estrofa del Salmo 119 encontramos la verdad que Dios nos ama, y a menudo, al
desviarnos de sus caminos, nos hace pasar por la disciplina de la aflicción y
de las pruebas que son juicios temporales para que volvamos a Él.
Un misionero
cristiano enviado al Medio Oriente, estaba compartiéndole el Evangelio a un
hombre, pero este no entendía cómo un Dios bueno podría ser, al mismo tiempo,
un Dios que repudia al pecado y disciplina por medio de juicios temporales a sus
hijos para que se mantengan en el camino, y, además, cómo un Dios manso podría
enojarse. “Dígame usted, que sigue a la Biblia, ¿cómo puede ser esto?” El
cristiano le respondió por medio de una ilustración: “Vivían dos comerciantes
en Alejandría. Ambos mandaron a sus hijos a Éfeso para educarse. Aquella ciudad
pagana ejerció una influencia funesta sobre aquellos jóvenes, quienes renegando
de su religión, se hicieron idólatras en el templo de Diana de Éfeso. Uno de
los padres se conmovió profundamente al enterarse de lo ocurrido y ardiendo en
cólera le dijo al otro: “De buena gana, le daría un buen castigo a mi hijo,
sería una disciplina por haberse desviado de su fe, y los valores aprendidos en
nuestro hogar, y no lo soltaría hasta hacerlo volver…”, “pero, ¿qué importa
eso?, –contestó el otro-, lo importante para mí es que mi hijo sepa hacer
buenos negocios. Lo demás me tiene sin
cuidado.” “Dime, preguntó el cristiano, ¿cuál de los padres te parece que amaba
más a su hijo?”, “aquel que se enfadó”, respondió de inmediato. ”Tienes razón.
Este padre no estaba airado con su hijo. Lo que le irritaba era ver su ruina y
perdición, le dolía que su hijo perdiera el verdadero propósito de su vida.
Quería disciplinar a su hijo, no para gozarse con su dolor, sino para
regresarlo al sendero correcto mediante aquel castigo temporal. Ahí pues tienes
la respuesta a tu pregunta”.
Pues bien,
esta sección del Salmo 119 nos enseña que la corrección divina es nuestra esperanza
de una vida mejor, y que Dios está profundamente interesado en que nosotros, sus
hijos, andemos conforme a su propósito eterno, y crezcamos hacia la madurez
cristiana conforme a su voluntad. No toda prosperidad viene de Dios, no todo
sufrimiento proviene del maligno. Aunque es incómodo y doloroso recibir la
corrección divina, el beneficio y bienestar de todo nuestro ser cuando la
recibimos, y con humildad la aceptamos, produce en nosotros “la apacible
cosecha” de una vida consagrada a Dios: “Ninguna disciplina
resulta agradable a la hora de recibirla. Al contrario, ¡es dolorosa! Pero
después, produce la apacible cosecha de una vida recta para los que han sido
entrenados por ella” (Hebreos 12:11; NTV).
¿Cuál
es la cosecha espiritual que recibimos cuando, humildemente, aceptamos la
disciplina del SEÑOR, según el salmista? Surge una acción de gracias de
nuestros corazones por la corrección divina: “SEÑOR, has hecho muchas cosas
buenas a mi favor tal como lo prometiste.” (v65); facilita una mejor comprensión
de la Palabra de Dios, un carácter enseñable: “Creo en tus mandatos; ahora
enséñame el buen juicio y dame conocimiento” (v.66); nos da una dimensión de
los atributos divinos, porque comprendemos que Dios nos ama y quiere lo mejor
para nosotros, sus hijos: “Tú eres bueno y haces únicamente el bien; enséñame
tus decretos” (v.68); adorna nuestro carácter con la buena sabiduría, la que
agrada a Dios, y también, sirve de ejemplo a los que nos rodean, esos que no
han tendido lazos para hacernos caer y alejarnos de Dios: “Los arrogantes me
difaman con mentiras, pero la verdad es que obedezco tus mandamientos con todo
el corazón. El corazón de ellos es torpe y necio, yo, en cambio, me deleito en
tus enseñanzas” (vv.69,70); nos permite cosechar un mayor cuidado en nuestro
andar, y fortalece el valor que se merece Palabra de Dios: “El
sufrimiento me hizo bien, porque me enseñó a prestar atención a tus decretos.
Tus enseñanzas son más valiosas para mí que millones en oro y plata” (vv.71,72).
Oración:
SEÑOR, llena mi
vida con tu Palabra, de modo que mis dichos y mi conducta diaria me eleven a
ti. Sé que solamente JESUCRISTO, tiene Palabra de vida eterna; ayúdame SEÑOR a
no desviarme de tu camino y propósito para mi vida; y si me desvío, que pueda
yo arrepentirme y volver a ti, que tu disciplina amorosa me ayuda a volver a tu
casa y morar para siempre contigo cara a cara. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de
hoy:
Dios nos ama,
y menudo, al desviarnos de sus caminos, nos hace pasar por la disciplina de la
aflicción, de las pruebas que son juicios temporales para que volvamos a Él.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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