Francisco Aular
Todo lo que está escrito en la Biblia es el mensaje de
Dios, y es útil para enseñar a la gente, para ayudarla y corregirla, y para
mostrarle cómo debe vivir. 2 Timoteo 3:17 (LBLA)
Existe un Dios, y solo él es viviente y
verdadero. ¿Cómo el ser humano puede conocer a Dios? Él nos dejó su revelación
en el precioso Libro de los libros, la Biblia. En efecto, la Biblia fue escrita
por hombres divinamente inspirados por el Espíritu Santo. Es un tesoro perfecto
de instrucción divina, de elevados principios, de incorruptibles valores. Dios
es su autor, su propósito es la salvación del ser humano, y su tema es la
verdad, sin mezcla alguna de error. No es un libro religioso; es mucho más; es
manantial de vida que sacia la sed del espíritu; es pan que nos alimenta el
alma; es la disciplina que ejercita a nuestro cuerpo para ofrecerle a Dios un
sacrificio vivo y agradable, mientras vivamos en esta tierra.
Las generaciones que han aplicado sus
principios, y han sido fieles a sus estatutos, han prosperado, tanto en lo
espiritual como en lo material. Por tanto, como dijera el apóstol Pablo: “Todo
lo que está escrito en la Biblia es el mensaje de Dios”, por lo cual, toda la
Biblia es totalmente verdadera y confiable.
La Biblia revela los principios por los
cuales Dios nos juzga. Sí, ciertamente la Biblia es la norma suprema por la
cual toda conducta, credos, y opiniones humanas deben ser juzgados. Además de
todo esto, los sesenta y seis libros de la Biblia testifican de JESÚS, Él mismo
es el centro de la revelación divina.
En esta hora de mi vida, no quiero
apelar a lo que otros han dicho sobre la Biblia, vendré a mi propio testimonio
de lo que este maravilloso manual de sabiduría divina ha sido en mi vida. Hace
49 años, guiado por el Espíritu Santo, y con la Biblia abierta delante de mí,
hice mi entrada por las doradas páginas del Génesis, y presencié en el espíritu,
el mover del Todopoderoso en los lejanos días de la Creación. De pronto me
encontré en la galería de los famosos de Dios: Noé, Abraham, Isaac, Moisés,
Rut, Nehemías, Ester, y el filósofo Job con su tratado inmortal sobre el
sufrimiento humano y la fidelidad de Dios.
Luego, escuché los hermosos acordes de
la sinfonía del libro de los Salmos, allí el rey David era el director de la
filarmónica celestial. Inmediatamente, llegué a la oficina de asuntos
comerciales de Proverbios con su lema: “La justicia engrandece a la nación, más
el pecado es afrenta a las naciones”. Escuché la voz poderosa del predicador en
Eclesiastés, cuando aconsejó: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a
Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre”. De allí
fui al palacio del rey Salomón y lo encontré en el Cantar de los Cantares,
cantándole al amor entre un hombre y una mujer: “Ponme como un sello sobre tu
corazón, como una marca sobre tu brazo; porque fuerte como la muerte es el
amor”. Después, me encontré en el famoso observatorio de las profecías, y allí
en reunión con los Profetas mayores y menores, examinamos en la gran pantalla,
y escuchamos una voz, que nos dijo: “Mas a vosotros los que teméis mi nombre,
nacerá el sol de justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y
saltareis como becerros de la manada”.
Atravesando el jardín, presencié el
nacimiento del Rey de reyes y Señor de señores en Mateo. El telegrama de Dios
enviado al ser humano en el libro Marcos: “El tiempo se ha cumplido, y el reino
de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio”. La compasión del
Hijo del Hombre en Lucas. La divinidad de JESÚS en Juan. La ascensión de JESÚS
y la venida del Espíritu Santo en Los Hechos. Fui al Seminario Teológico cuyo
Rector es el doctor Pablo de Tarso, y toda la sistematización de la obra de
Dios, tratados en 13 cartas. Me encontré de pronto con Las Epístolas Generales
de Hebreos, Santiago, 1 y 2 de San Pedro, 1, 2,3 de San Juan, y por último San
Judas, el hermano del Señor.
Todavía no salía de mi asombro, pero me
esperaba el broche de oro de toda la Biblia, El Apocalipsis. Que nos muestra el
fin de la historia como la conocemos, y el descenso desde el cielo de la Nueva
Jerusalén. ¡Allí estaba el Cordero de Dios, JESÚS con todo su poder, majestad y
gloria! Caí de rodillas y me uní al canto nuevo que entonaban los cuatro seres
vivientes y los veinticuatro ancianos: “¡Digno es el Cordero, que ha sido
sacrificado, de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza
y la honra, la gloria y la alabanza!” (…)” ¡Al que está sentado en el
trono y al Cordero, sean la alabanza y la honra, la gloria y el poder, por los
siglos de los siglos!” (Apocalipsis 12,13). Desde entonces, siento un amor
supremo por la Biblia.
Oración:
Padre eterno:
¡Gracias por dejarme tu Biblia
como el manual viviente que me condujo a ti! Ayúdame a vivirlo para tu honra y
gloria. En el nombre de JESÚS, amen.
Perla de hoy:
El amor supremo por la Palabra de Dios nos lleva a
oírla, leerla, estudiarla, memorizarla, meditarla y a vivirla.
Interacción:
¿Qué me dice Dios
hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa
a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección
por aprender?
¿Existe una
bendición para disfrutar?
¿Existe un
mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado
a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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