Francisco Aular
Después de esta oración, el lugar donde estaban reunidos tembló y todos fueron llenos del Espíritu Santo. Y predicaban con valentía la palabra de Dios. Hechos 4:31 (NTV)
Aquel día, terminé mi sermón como predicador invitado con un llamado a participar en la Marcha Evangelizadora, cuya fecha de inicio estaba próxima. Entre varios que pasaron estaba un hombre de unos sesenta años, con muy buen testimonio en aquella congregación; era diácono -en ese año iríamos al oriente venezolano a marchar-, así que él me dijo: “Pastor, yo voy a acompañarlo, pero eso sí, le confieso que me da miedo evangelizar; póngame a hacer cualquier cosa, menos a evangelizar”. Con esa resolución en mente llegó el hermano Miguel Pérez al Adiestramiento: “Pastor, quiero ser su chofer”, -¡ha sido la primera y última vez en toda mi vida que he tenido chofer!-, estando al tanto de su temor, me maravillé de que el hombre hubiera atravesado casi la mitad de nuestro país para estar allí con aquella “misión”.
Le pedí a uno de los mejores evangelizadores que he conocido, Rafael Díaz, quien era facilitador, que lo tuviera en su grupo durante el Adiestramiento, pero, no le dije nada del temor del hermano Miguel a evangelizar. La presentación fue fácil, porque ya se conocían. En toda la semana de Adiestramiento, escuché al hermano Miguel decirme, una y otra vez: “Acuérdese pastor…”. Terminamos el duro Adiestramiento, y a la hora de salir a evangelizar en las diferentes ciudades y poblaciones que cubría la Marcha Evangelizadora aquel año, el hermano Rafael Díaz y el hermano Miguel Pérez quedaron en el mismo equipo. Así que, ¡perdí a mi chofer!…
Para llegar hasta la región donde se hacía la Marcha, mi familia y yo viajamos en nuestro carro medio día para llegar a Ciudad Bolívar; el hermano Ángel Pastor Morandi había alquilado una casa a las afueras de la ciudad y le había puesto por nombre “Escuela de profetas”. Al amanecer del siguiente día, yo saldría a hacer mi primer recorrido por todas aquellas ciudades en donde teníamos equipos, con la finalidad de darles ánimo, orar con ellos y por ellos, repartir las provisiones que nos enviaban las distintas sociedades femeniles del país; pero antes de salir, el hermano Miguel me dijo, “Pastor, todavía estoy asustado, se lo confieso, pero el hermano Rafael repasó conmigo el folleto “Como ser lleno del Espíritu Santo”, y por fe andaré con el Señor, como nos dice la Biblia: “Por lo tanto, de la manera que recibieron a Cristo Jesús como Señor, ahora deben seguir sus pasos” (Colosenses 2:6). El hermano Miguel continuó hablando con palabras llenas de resolución y valentía: “Pediré la llenura del poder del Espíritu Santo cada vez que sienta temor de testificar del Señor JESÚS; Él controlará mi vida, mis pensamientos, palabras y acciones…”. Nos arrodillamos, di gracias al Señor por aquel hombre, que como los primeros diáconos del libro de los Hechos, era “de buen testimonio, lleno del Espíritu Santo y sabiduría…” (Hechos 6:3).
La semana pasó rápido, y en el día establecido volvimos a la “Escuela de profetas”; el ocaso anunciaba que pronto la noche llegaría. Salieron todos con mucha alegría a recibirnos, y el hermano Rafael me dijo: “Hermano Francisco, aquí la cosecha ha sido grande”… Yo observé, debajo de un árbol, al hermano Miguel arrodillado, ¡estaba en el mismo sitio en donde lo había dejado! Rafael Díaz me comentó: “Tenemos un problema con él”. “¿Sí? -le respondí y curioso le pregunté-, ¿cuál?”, Rafael me dijo, “usted sabe que la meta es conducir a diez personas por evangelizador al mes; y solamente en una semana, el hermano Miguel, ¡ha conducido a más de veinte personas al Señor!, y lo estamos ayudando a dar el discipulado porque él solo no puede atender a ese gran número de discípulos…”. Esa noche tuvimos tanta alegría en el culto, que allí mismo celebramos, ¡literalmente estábamos embriagados del Espíritu! Y todo eso porque vimos claramente el cumplimiento de la obra del Espíritu Santo en la vida del hermano Miguel Pérez: “Pero recibirán poder cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes; y serán mis testigos, y le hablarán a la gente acerca de mí en todas partes: en Jerusalén, por toda Judea, en Samaria y hasta los lugares más lejanos de la tierra” (Hechos 1:8 NTV).
Oración:
Amado Padre Celestial:
Te alabo Señor por tu misericordia y poder; gracias por darnos tanto el Calvario como el Pentecostés. En el Calvario fuimos perdonados por la sangre de tu amado Hijo, en Pentecostés, el Espíritu Santo nos dio la victoria para anunciar, llenos de su poder, el Mensaje de la Salvación. Señor ayúdame a seguir anunciándote a todas partes adonde me lleves. Lléname de tu Santo Espíritu. Oro en el nombre de JESÚS. Amén
Perla de hoy:
En la evangelización unas pocas palabras llenas del poder del Espíritu Santo equivalen a mil predicadas con nuestros propios esfuerzos.
Interacción:
¿Qué te dice Dios hoy por medio de su Palabra?
Y en respuesta a ello…
¿Qué le dices tú a Él?
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