Francisco Aular
Lectura devocional: Eclesiastés 12:1-8
Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que lleguen los
días malos y vengan los años en que digas: “No encuentro en ellos placer
alguno”. Eclesiastés 12:1 (NVI)
Se dice que
un gran rey de Persia llevaba siempre consigo en sus excursiones alrededor de
Ispahán, capital de su Estado, a su tesorero con el fin de premiar las acciones
virtuosas que presenciase. “¿Qué hacéis buen anciano?”, dijo a uno que estaba
plantando árboles, “planto nogales, ¡oh rey de reyes!”, contestó, a esa
respuesta, el rey le dijo, ¿y” para qué plantáis nogales cuyo fruto no
alcanzaréis a comer?” La respuesta del anciano fue “para pagar mi deuda con los
que plantaron aquéllos, cuyo fruto gusté en mi juventud”. El rey lo declaró
acreedor de su premio.
La juventud
es una de las más bellas estaciones de la vida humana. Es una etapa puesta por el
Creador, delante del ser humano, con todas sus ricas posibilidades. Sin duda,
lo que compone nuestra vida terrenal: la salud, la inteligencia, el ambiente familiar, y otros más, son
repartidos entre todos los humanos. La gente habla de la suerte o “buena
estrella”, no creo que esa sea la explicación, porque los seres humanos somos
parte de un propósito divino. Nadie nació por casualidad. Tenemos un Creador y
Él, soberanamente, distribuye habilidades y dones, pero deja a cada uno la
libertad de usarlos como mejor se crea. Así que cuando llegamos a este mundo,
muchas de las cosas que disfrutamos, ya estaban aquí. La vida está delante de
nosotros, así como el desafío para el cual nacimos. Es paradójico que el ser
humano haga sus grandes decisiones en la época en que menos experiencias tiene
frente a la vida. Cada joven es como la flor que nació durante la noche, al ver
salir el sol empieza su andar rápido, porque pronto llegará el atardecer. Por
eso, toda juventud es inquieta y soñadora.
¡Pobre de la
nación cuyos jóvenes han perdido todas sus esperanzas, y ya no sueñan! Muy
sufrida será la sociedad cuyos jóvenes se desvían hacia la maldad y la vagancia,
esos son jóvenes ¡sin juventud! Por lo general, los jóvenes tienen una
inclinación natural hacia la justicia y un impulso a lograr lo mejor en la vida
en beneficio de otros y de sí mismos; dispuestos a mirar al frente y no hacia
atrás; se pudiera decir que sólo existe juventud en los que persiguen con
entusiasmo un ideal, una bandera, un credo y una canción para cantar. ¡Esto lo
saben muy bien los políticos, y por eso corren a involucrarlos en sus
actividades!
Cuando
llegamos a Canadá –hace veinte años- era nuestra costumbre ir juntos como
familia, a todas partes -Mary y yo, y nuestros cuatro hijos jovencitos-, al
entrar a algún lugar, la gente se volteaba para vernos y nos sonreía. Después
nos dimos cuenta que este es un país de ancianos, es la inmigración que
impedirá que se ponga viejo. ¡Un país sin niños y sin juventud es un país
triste, por muy rico que sea! Podemos decir como el poeta Rubén Darío:
“¡Juventud divino tesoro; ya te vas para no volver!, cuando quiero llorar no
lloro, y a veces lloro sin querer”. Sin embargo, José Ingenieros afirmaba:“No se nace joven, hay que adquirir la
juventud. Y sin un ideal, no se adquiere.”
Admiro en
gran manera a los educadores, y más, los que a veces nos son bien remunerados
en nuestras naciones, y sin embargo, les confiamos lo más grande que tenemos,
la niñez y la juventud. ¡Todos nosotros somos frutos de un buen educador que un
día, tal vez, nada más con una palabra o un simple gesto nos marcó! Cuanto más
puede dar un educador cristiano nacido de nuevo, al invertirse al educar a la
juventud.
Sin embargo, no
debemos olvidarnos de Dios, nuestro Creador en nuestra juventud. ¿Por qué es
necesario acordarse de nuestro Creador mientras somos jóvenes? Porque es el
momento en que todos nuestros ideales, nuestro anhelo de justicia, y nuestras
fuerzas físicas están intactas. Los sentimientos nobles y cálidos no han sido
ahogados por el materialismo, ni cualquier otros “ismo” que abunda en nuestros
días, ni tampoco ha caído en el relajamiento de los valores sembrados en la
familia. El entusiasmo, la espontaneidad y el sincero anhelo de darse para lo
mejor y lo grande, favorecen el contacto con Dios, y nos dan un propósito y
sentido a la vida.
Hice mi
decisión de aceptar a JESÚS como mi Señor y Salvador, al borde de mis 18 años.
¡Hace 55 años! ¡He experimentado el cristianismo, he nacido de nuevo, y sé que funciona! Si eres joven o no, todavía tienes tiempo. Por eso, te pido que no
postergues más esta decisión, entrégate a JESÚS, dale todo tu corazón, hazlo, ¡tu
pasión y triunfo! Y con todo ello, serás parte de la juventud divino tesoro.
Oración:
Padre eterno:
Ahora entiendo que tú me amas y que desde antes de
la creación del mundo, tú quisiste que yo fuera parte de tu familia. Señor, con
humildad te pido: ¡Ayúdame a ser como tú! En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
A JESÚS es
lo único que tendremos al final de nuestra vida ¿Por qué no hacerlo nuestro compañero
de viaje desde ahora?
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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