Francisco
Aular
Lectura
devocional Lucas 2:1-20
Y dio a luz
a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre,
porque no había lugar para ellos en el mesón. Lucas 2:7 (RV60)
A mediados de un caluroso mes de
julio, un miércoles por la noche, al iniciar el servicio de oración, sorprendí
a la congregación preguntándole cuál era su himno favorito de nuestro himnario,
y a quién le gustaría que lo cantáramos en esta oportunidad; sin pensarlo
mucho, la mano de un niño de ocho años se alzó primero que la de los demás; era
Pedrito, y desde su asiento, al lado de su madre, dijo a voz en cuello:
“¡Pastor el número 58!”… Conociendo la secuencia numérica y los énfasis del
himnario, pensé: “¡Ese es un himno de Navidad!”… Cuando algunos de la
congregación se dieron cuenta comenzaron a sonreír. Era evidente que para aquel
niño, la Navidad no era asunto de temporada como lo es para los mayores, así
que invité amablemente a la congregación a que se pusiera de pie; la pianista
empezó a tocar y cantamos aquel bello himno navideño en pleno verano…, pero,
les digo algo, pocas veces uno se conmueve tanto al cantar como lo hicimos aquella
noche; algunos de los integrantes del coro de la iglesia estaban allí y por eso
lo entonamos a cuatro voces la inmortal canción: “Noche de Paz”.
La historia de este precioso himno
tuvo su inicio la noche del 24 de diciembre de 1818 en el pueblecito Hallein,
en los Alpes austríacos, cuando al joven sacerdote José Mohr, leyendo el relato
evangélico para su sermón, le vino la inspiración repentina y compuso el poema;
al día siguiente, Día de Navidad, el músico de la parroquia Francisco Javier
Gruber le puso la melodía. Así que en aquella tarde navideña, el párroco y el
maestro cantaron por primera vez aquella canción, allí en la capilla. ¡Aquellos
dos hombres estaban muy lejos de saber que en pocos años esa melodía iba sonar
con categoría de himno inmortal en todo el mundo! Los niños del pueblo al
escuchar la nueva canción se acercaron, y si algo natural poseían los
habitantes en todo aquel extenso valle de Zillertal en el Tirol austríaco, eran
buenas voces, así que el maestro empezó a ensayar con ellos inmediatamente la canción a cuatro voces. En aquel
tiempo se consideraba que el único instrumento digno para los himnos en las
iglesias era el órgano, pero este instrumento se había dañado. Sin embargo, los
cantores no se detuvieron y resignadamente ensayaron con lo único que
disponían: sus voces y una guitarra que Francisco Javier tocaba muy bien; él
dijo: “Después de todo, Dios nos oirá con órgano o sin él”, así, el coro de
niños estrenó la canción el domingo después de Navidad.
Pues bien, entre aquellos niños,
se encontraban los hermanitos Strasser: Carolina, José, Andrea y la pequeña
Amalia. En el pueblo se decía de ellos: “Esos Strasser…, parecen unos
ruiseñores”. Al año siguiente, aquellos niños fueron invitados a un concurso de
cantos navideños en donde estarían el rey y la reina de Sajonia. Desde luego
que estaban muy nerviosos, así que cuando les llegó su turno, lo primero que
cantaron fue Noche de Paz. Cuando
terminaron, los oyentes, sobrecogidos y emocionados, guardaron silencio, pero
los reyes rompieron el protocolo, se pusieron de pie y empezaron a aplaudir. Lo
demás es historia, aquella sencilla melodía dejó de ser un villancico para
volverse himno, y ahora es para el mundo cristiano y, aun, para el profano: Una
canción inmortal.
¡Cantémosla nosotros también!
I
¡Noche de
paz, noche de amor!
Todo duerme
en derredor,
Entre los
astros que esparcen su luz
Bella,
anunciando al niñito JESÚS,
Brilla la
estrella de paz,
Brilla la
estrella de paz.
II
¡Noche de
paz, noche de amor!
Oye humilde
al fiel pastor,
Coros
celestes que anuncian salud,
Gracias y
glorias en gran plenitud,
Por nuestro
buen Redentor,
Por nuestro
buen Redentor.
III
¡Noche de
paz, noche de amor!
Ved que
bello resplandor
Luce en el
rostro de niño JESÚS
En el
pesebre, del mundo la luz,
Astro de
eterno fulgor,
Astro de
eterno fulgor.[1]
Oración:
SEÑOR JESÚS:
A ti que
viniste a Belén a nacer, y que sangre y vida diste por mí, te consagro de nuevo
mi ser. Tal como soy mísero y pecador, me entrego a ti, ¡recíbeme, SEÑOR!, y
por favor, que nunca me canse de proclamarte. Haz de mi vida también, una
canción inmortal para tu honra y gloria. Amén.
Perla
de hoy:
Si lo único que tienes como regalo
para JESÚS es el poema de tu vida, dáselo y Él hará de ti una canción inmortal.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
alguna lección por aprender?
¿Existe
alguna bendición para disfrutar?
¿Existe
algún mandamiento por obedecer?
¿Existe
algún pecado por evitar?
¿Existe
algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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