Francisco Aular
faular @hotmail.com
Lectura devocional: Juan
3:1-8
Respondió Jesús: De
cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios. Juan 3:5 (RV60)
“Esto es demasiado bello e
inteligente para haberlo inventado el ser humano”… dijo la nueva creyente,
cuando le explicaba el plan de salvación. En efecto, la salvación es el plan
eterno de Dios por el cual, Él, en Su gracia, nos adopta como parte de Su
familia para vivir con Él por toda la eternidad. Cuando se habla de la
salvación, muchas preguntas surgen espontáneas. Entre ellas: ¿Cómo se obtiene?
¿Qué tenemos que hacer para merecerla? ¿Cuál es el proceso, estado o
experiencias por las cuales la persona pasa? Consideremos lo que la Biblia, nos
enseña.
La salvación se entiende como
el propósito misericordioso de Dios según el cual Él hace posible el Nuevo
Nacimiento. Dios aparta el pecador salvado para Sí mismo, sostiene hasta final
a los que son suyos, y después de esta vida humana los glorifica con un cuerpo
resucitado para morar con Él para siempre. La salvación es la redención total
del ser humano, de todo lo que el ser humano es; y se ofrece gratuitamente a
todos aquellos que acepten por fe la gracia de Dios, se arrepientan de sus
pecados, y acepten el regalo de la vida eterna en JESÚS, y lo hagan Señor y
Salvador quien, con su propia sangre, obtuvo la redención eterna del creyente.
Algunos aspectos de la
salvación incluyen: la regeneración (nacer de nuevo en una experiencia
puntual), la santificación (el proceso de toda la vida) y culmina en la
glorificación (un cuerpo resucitado e inmortal en la presencia de Dios para
siempre).
Claramente vemos en el nuevo nacimiento o
regeneración, en la Biblia, una obra de la gracia de Dios por la cual los
creyentes llegar a ser nuevas criaturas en JESÚS. Aquí la Palabra de Dios y el
Espíritu Santo tienen un papel fundamental, JESÚS le dijo a Nicodemo: Yo te aseguro que
quien no nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios
—respondió Jesús—. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del Espíritu
es espíritu. (Juan 3:5,6 NVI) Una
simbología de la Palabra de Dios en las Escrituras es el agua. Uno nace de
nuevo por el poder de la Palabra de Dios, el agua de la vida: “Así como Cristo
amó a la iglesia y se entregó por ella para hacerla santa. Él la
purificó, lavándola con agua mediante la palabra” (Efesios 5:25,26 NVI). Además, el nuevo nacimiento es
producido también por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. El trabajo del
Espíritu Santo se ve a lo largo de las Sagradas Escrituras y en nuestra vida
diaria. El Espíritu Santo inspiró a los escritores de la Biblia desde la
antigüedad: “Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los
santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.” (2
Pedro 1:21, RV60). El Espíritu Santo ilumina al pecador
en tinieblas, lo trae al conocimiento de las verdades eternas; el Espíritu
Santo, le da vida al pecador “muerto en
sus delitos y pecados” (Efesios 2:1).
Ciertamente, el Espíritu Santo le
quita la venda al pecador, lo libera del maligno y nos hace libres.
Simutáneamente, el Espíritu Santo nos bautiza dentro del cuerpo del Señor,
mediante el nuevo nacimiento, y así va poco a poco en el proceso de la
santificación, haciéndonos conforme a la imagen de JESÚS en el creyente, por
medio del fruto del Espíritu Santo, que son nueve virtudes, las cuales
embellecen nuestro carácter, nuestra forma de vivir y nuestro testimonio de
nuestra vida humana, cada día: “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas
no hay ley.” (Gálatas 5:22,23, RV60).
Ahora bien, se nos amplía el
horizonte cuando comprobamos esta verdad: En el momento de la concepción
espiritual Dios pone, en el ADN del nuevo nacido, todo lo que el creyente es y
será en el reino de Dios. “Porque el que
Dios envió, las palabras de Dios habla; pues Dios no da el Espíritu por medida”
(Juan 3:34 RV60). ¿No es esto digno de alabanzas a nuestro Dios? ¡No
existen improvisaciones en el plan de salvación! ¡No hay cambios de última
hora! Todo lo que ocurra en nuestra vida espiritual, desde la eternidad y hasta
la eternidad, es obra de Dios por medio del Espíritu Santo y la Palabra.
¡Gloria al Señor!
Oración:
Amado Padre Celestial:
¡Me siento lleno de gozo, seguro y desafiado para vivir cada día en esta
vida, tu vida que has puesto en mí por medio de tu Espíritu y ti Palabra! Ayúdame
a vivir para tu gloria. En el nombre de Jesús, amén.
Perla de hoy:
Siendo hijo de Dios por el
poder de la Palabra y el Espíritu Santo, nada ni nadie podrá quitarme mi
herencia.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe alguna promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe alguna lección por aprender?
¿Existe alguna bendición para disfrutar?
¿Existe algún mandamiento por obedecer?
¿Existe algún pecado por evitar?
¿Existe algún pensamiento para llevarlo conmigo?
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