Francisco
Aular
faular@hotmail.com
Lectura
devocional: Hebreos 12:1-12
Por tanto, nosotros
también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos
de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera
que tenemos por delante.
Hebreos 12:1 (RV60)
He disfrutado de muchas
ocasiones felices en compañía de mi familia al ver los eventos mundiales
televisados. Uno de estos ocurrió en las Olimpíadas de 1992 en Barcelona,
España, porque juntos, disfrutamos uno de los momentos más memorables en la
historia de las modernas Olimpíadas. Es posible que ustedes también se acuerden
de esta gran hazaña que nos conmovió a todos los que la vimos en todas partes
del mundo. Muy pocos recordarán quién fue el vencedor de aquel encuentro
deportivo, pero no podrán olvidar aquella escena que vive en nuestros
recuerdos. Aquí va el relato como lo vi y sentí en el mismo instante en que
ocurrió:
Derek Redmon de Inglaterra,
estaba cumpliendo con uno de sus grandes sueños en la vida: ¡Ganar una medalla
de oro en los juegos olímpicos! Se había preparado con disciplina, paciencia y
esfuerzo para ser el mejor del mundo. Ya había llegado a las semifinales en la
carrera de los 400 metros y, al sonar el disparo para iniciar la carrera, Derek
se lanzó a correr, teniendo un comienzo magnífico, sentía que la sangre le
hervía por todo su cuerpo. No era para menos. Estaba corriendo la carrera de su
vida. Se dijo a sí mismo: “¡Este es el momento para el cual nací!”, y ya se
acercaba a la línea de llegada cuando, de pronto, sintió un dolor agudo en la
pierna derecha. Se detuvo unos segundo allí en la pista…, se le había roto un tendón…, la carrera había
terminado para Derek.
Trató de ponerse de pie antes
de que llegara el equipo médico. Aunque todos los demás corredores lo pasaron
con sus ojos puestos en la meta, Derek empezó a arrastrarse hacia la meta, su
rostro estaba bañado en lágrimas por el dolor y la desilusión. De pronto, un
hombre se abrió paso entre los guardias de seguridad y sin detenerse ante nada,
corrió hacia la pista.
Se acercó a Derek y lo abrazó,
“no tienes por qué hacer esto” -le dijo Jim Redmon a su hijo que no dejaba de
llorar-, “sí tengo, ¡debo cruzar la meta!”, contestó Derek, “bueno, entonces
esta carrera la terminaremos juntos”, dijo su padre.
El padre de Derek tomó firmemente a su hijo, metió su cabeza
por debajo del hombro del corredor, y juntos emprendieron el recorrido que
faltaba para llegar hasta la meta, rechazando la intervención que les prestaba
la guardia de seguridad que los rodeaban.
El precioso cuadro de aquel
padre llevando casi a rastras a su hijo, cojeando, copó la escena final de
aquella carrera, la cabeza de Derek en algunos momentos apoyada en el hombro de
su padre, siguieron el carril de Derek hasta llegar a la línea final… Hubo un
silencio total en aquel centro deportivo. La multitud que los observaba, primero
pareció quedar paralizada, luego, uno por uno los presentes se pusieron de pie,
y empezaron a vitorear la determinación deportiva del hijo y el apoyo de aquel
padre.
Así como a Derek se le hacía
imposible cruzar la meta por sí solo, también a nosotros los pecadores, que
estamos limitados, lejos de la meta de Dios que nos dijo: “Sed, pues, vosotros
perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto (Mateo 5:48),
ciertamente, el mejor de nosotros los pecadores tiene: “…las manos caídas y las
rodillas paralizadas” (Hebreos 12:12, RV60), frente a la santidad de Dios, pero
JESÚS se lanzó en nuestro rescate, y hoy corremos esta carrera cristiana con Él
a nuestro lado. JESÚS es la respuesta de Dios para guiarnos a los seres humanos
hacia la meta final; es más, como lo afirmó el apóstol Pablo: “Es Cristo en
ustedes, la esperanza de gloria” (Colosenses 1:27), la preposición “en” nos
revela una de las verdades más preciosas, nuestra unión con JESÚS, Él está en
nosotros y nosotros en Él. ¡Sí, Él está en nosotros y nada ni nadie podrán
detener nuestra carrera hacia el triunfo final! Él dice a nuestro espíritu de
cristianos nacidos de nuevo: “¡Crucemos la meta juntos!”
Oración:
Amado Padre Celestial:
¡Cuán poderosos y hermosos son tus atributos que se
inclinan a favor de tus hijos nada más que por pura gracia! Tu bondad sobrepasa
largamente todas las expectativas de los seres humanos. Es muy grande saber
que la muerte de tu Hijo amado nos
compró un lugar en el cielo, pero es también glorioso que compraste nuestra
libertad para que en este, nuestro breve transitar por el mundo, seamos: “más
que vencedores”. Ayúdame en los minutos finales de mi carrera; que yo pueda
levantar mis ojos y ver la gloria que me espera. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
La salvación es el milagro de
un instante que nos pone en la carrera; nuestro avance hacia la meta es la
labor de toda una vida.
Interacción:
¿Qué me
dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe un
mandamiento a obedecer?
¿Existe un
pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento
para llevarlo conmigo?
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