Francisco Aular
Lectura devocional:
Lucas 1:26-38
Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás
su nombre JESÚS. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor
Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para
siempre, y su reino no tendrá fin. Lucas 1:31-33 (RV60)
Dentro de
pocos días, la Navidad, o natalicio de JESÚS será celebrado en grande. En
millones de hogares del mundo se congregará la familia, parientes y amigos, y
celebrarán la cena tradicional; antes de la comida el padre o la madre o tal
vez el más anciano de la familia, hará una oración de acción de gracias por los
alimentos y por haber conocido a JESÚS como Señor y Salvador. Sentimientos
inexplicables de amor, fe y esperanza plenarán la atmosfera que dirija en estos
días la concordia humana en muchos corazones. Sin importar quién eres ni de
dónde vienes, sentirás que alguien te abrazará o simplemente te saludará y te dirá:
¡Feliz Navidad! En efecto, si JESÚS no hubiera nacido, no conoceríamos una
conducta de amor ni el idéntico sentimiento los unos por los otros, como éste
que Dios ha derramado en nuestros corazones.
Por otra parte, en estos días, los cristianos nacidos
de nuevo anhelan y buscan el compañerismo de su familia espiritual, la iglesia.
Todavía viene a mi mente, esa primera Navidad que pasé en la iglesia. Era
diciembre de 1963, yo, un joven de dieciocho años que había llegado ese año a
los pies de JESÚS por medio del arrepentimiento y la fe en Él y le había
rendido mi vida; luego busqué una iglesia, y el Señor me llevó a una que recién
se iniciaba. Esa familia llegó a ser mi familia. Por primera vez, tuve la
experiencia de un verdadero sentido de la Navidad, con mucha vergüenza confieso
que yo tenía un sentido distorsionado de lo que eran esos días. Mis anteriores
celebraciones habían sido dedicadas a fiestas con sus excesos en las bebidas,
los bailes, los pleitos entre los que el alcohol se les había subido a la
cabeza; había aprendido que el ser más importante en esas celebraciones era yo,
y con tal de pasarla bien, estaba dispuesto a todo; aunque aún en la oscuridad
espiritual de nuestras mentes, mi familia y yo seguíamos alguna tradiciones
religiosas y sus valores, no teníamos una relación personal con JESÚS, la
verdadera razón de la Navidad. En realidad la vanidad de aquellas celebraciones
sin tomar en cuenta a Dios para nada, dejaban un profundo vacío, y el comenzar
un nuevo año era prácticamente un retorno a las mismas celebraciones.
Por el contrario, el día en que JESÚS vino a mi
corazón, las tinieblas se disiparon y de inmediato, busqué a mi familia
espiritual y así llegué a la iglesia. Dios me dio una preciosa familia
espiritual para que me ayudara en mi infancia cristiana. Mi pastor, el hermano
Carlos Clark y su familia, se convirtieron en un modelo a seguir. Me invitaron
a su casa aquella primera Navidad, y también lo hicieron para el 31 de
diciembre. ¡Qué diferencia! Empezamos a cantar esos himnos navideños que a la
verdad yo nunca había cantado, y entre ellos, “Noche de paz”; intercambiamos
sencillos regalos unos con los otros; no eran costosos, pero aprendí que la
Navidad es tiempo de dar y de recibir; oramos, y yo estaba tan emocionado que
hice una de mis primeras oraciones en público; la hermana Shirley Clark, mi
madre espiritual, nos llamó a la mesa y luego de una oración por el pastor,
comimos; allí alrededor de aquella mesa, experimenté, no la alegría efímera,
que luego como viene se va, sino, la maravillosa presencia de Dios, tal y como
lo dice la Palabra: “En cambio, el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay
ley que condene estas cosas” (Gálatas 5:22,23 NVI). Por ello, si JESÚS no
hubiera nacido, no seríamos parte de la familia de Dios: “Por lo tanto, ustedes ya no son extraños ni
extranjeros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios”
(Efesios 2:19 NVI).
En realidad, todavía estaríamos en
tinieblas, si en Navidad: JESÚS, no hubiera nacido.
Oración:
Padre eterno:
¡Gracias por enviarnos a tu
Hijo y hacernos por su medio y méritos, tus hijos! Sin Él, no habría el amor
que perdona y pide perdón; la paz sobre las tormentas de la vida; la luz en que
disipa las tinieblas; el conocimiento y la experiencia de lo que es vivir y
morir; la esperanza de la resurrección y que moraremos contigo para siempre.
Ayúdame Señor a proclamar y a vivir, el verdadero sentido de la Navidad, en el
nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
Con JESÚS, nuestro futuro del que nada sabemos, lo depositamos en las
manos de nuestro Dios que todo lo sabe.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio
de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual
pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para
disfrutar?
¿Existe un mandamiento por
obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento
para llevarlo conmigo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tus comentarios