Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: Filipenses 3:1-14
No, amados hermanos, no
lo he logrado, pero me concentro sólo en esto: olvido el pasado y fijo la
mirada en lo que tengo por delante, y así avanzo hasta llegar al final de la
carrera para recibir el premio celestial al cual Dios nos llama por medio de
Cristo Jesús.
Filipenses 3:13,14 (NTV)
Alguien ha dicho que el tiempo
no existe: que el tiempo en sí mismo es nada.
Pero en esta vida humana he aprendido que esa nada se convierte en algo en términos de minutos, horas, días,
meses y años. La nada de algunos se
nos convierte algo para otros. Ese
algo se nos presenta vacío al comienzo de la vida, pero luego, se nos hace
claro que tenemos que llenarlo para que sirva para algo. Nuestra vida tenemos
que llenarla de propósito para que nuestro breve paso por aquí sea grande y
útil que dejamos de legado al salir. ¿Cuá es mi meta en la vida? Debería ser el
norte que la brújula señala como nuestro camino, porque aunque pensamos que
vamos a vivir aquí en esta tierra para siempre, no es verdad: “¡Setenta son los
años que se nos conceden! Algunos incluso llegan a ochenta. Pero hasta los
mejores años se llenan de dolor y de problemas; pronto desaparecen, y volamos”
(Salmo 90:10; NTV).
¿Cuá es mi meta? ¿Hacia dónde
voy? ¿Cómo puedo aprovechar al máximo el potencial que Dios ha puesto en mí?
¿Cómo puedo hacer realidad lo que Moisés escribió hace tantos años?: “Enséñanos
a entender la brevedad de la vida, para que crezcamos en sabiduría” (Salmo 90:12; NTV).
Lo primero que tenemos que
entender es que esta vida humana se nos ha dado con el propósito de conocer el
plan que Dios tiene para nosotros, el cual estuvo en su mente en la
“prehistoria de nuestra salvación” como lo decía el teólogo español Francisco
Lacueva. Así lo explicó, inicialmente, lleno de sabiduría, nuestro admirado
Pablo de Tarso: “Incluso antes de haber hecho el mundo, Dios nos amó y nos
eligió en Cristo para que seamos santos e intachables a sus ojos. Dios decidió de
antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por
medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran
gusto hacerlo. De manera que alabamos a Dios por la abundante gracia que
derramó sobre nosotros, los que pertenecemos a su Hijo amado. Dios es tan rico
en gracia y bondad que compró nuestra libertad con la sangre de su Hijo y
perdonó nuestros pecados. Él desbordó su bondad sobre nosotros junto con toda
la sabiduría y el entendimiento” (Efesios 1:4-8). ¡El cielo no es un premio,
sino un regalo de la gracia de Dios! ¡No es por lo que yo haga, sino por lo que
JESÚS ha hecho a mi favor lo que cuenta!
Así que los que hemos sido
escogidos por Dios para salvación, debemos arrepentirnos de nuestros pecados, y
como lo aconsejó el mismo JESÚS, “nacer de nuevo” (Juan 3:3); “¡ah!, si yo
pudiera nacer de nuevo”, me dijo un hombre sexagenario al cual presenté el
Evangelio, rápidamente le respondí que de eso se trata la Buena Noticia del
Evangelio, ¡sí podemos nacer de nuevo! Y desde aquel día, el hermano Jesús
Bolívar, nació de nuevo y llegó a ser uno de los pioneros en el ministerio de
la Marcha Evangelizadora, y un hombre que abría su boca, y Dios nos concedía lo
que él le pedía. ¡Alabado sea Dios por su gracia!
¡Gracias, mil gracias a Dios
porque debido a su plan divino para salvarme, puedo exclamar: “olvido el pasado
y fijo la mirada en lo que está delante”! Atrás quedaron mis errores, mis
fracasos y mis pecados han sido borrados, “por medio de Cristo Jesús”. En Cristo
Jesús, ¡Dios me ha hecho de nuevo, me siento nuevecito, cero kilómetros! Sé que
no soy perfecto, ni lo seré en esta vida, pero Dios me ha hecho de nuevo y por
su gracia yo morí, y ahora ¡Cristo vive en mí!, su victoria sobre el pecado y
la muerte, ¡es mía también!, así que prosigo a la meta que Él, JESÚS me ha
trazado, ya no se trata de mí, sino de Él. Ahora sé en Quién he creído: “(…) porque yo sé en quién he
puesto mi confianza y estoy seguro de que él es capaz de guardar lo que le he
confiado hasta el día de su regreso” (2 Timoteo 1:12; NTV). Como dice un
antiguo himno evangélico: “Mío es Él, y suyo soy” ¡Esa es mi meta!
Amado Padre Celestial:
Hoy levanto mis ojos para darte gracias por tu amor
y misericordia de cuya fuente bebo cada día. Hoy continúo la lucha como todos
los seres humanos, pero aunque pierda alguna batalla, sé que la guerra ya está
ganada en el Calvario, y la Nueva Jerusalén, me espera para unirme a la gran
celebración. Más que nadie, tú me conoces desde antes de la fundación de mundo.
Dame tu mano. Dame tu fortaleza y valor en esta hora. Dame tu bendición porque
yo prosiga a la meta que tú me has trazado sin mirar atrás. Ayúdame para
señalar esta meta a mi generación. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
En
la hermosa historia de la salvación del ser humano, JESÚS, vino a la tierra
para ofrecernos el regalo de la vida eterna.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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