Francisco Aular
faular@hotmail.com
Viernes, 31 de octubre de 2014
Lectura devocional: Romanos 1:1-17
Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para
fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá. Romanos
1:17
¿Qué
lleva a un ser humano que ha sido levantado por su familia en un sistema
religioso prolijo, complejo y compacto a abandonar todo su bagaje
familiar-religioso y aventurarse en una nueva fe? ¿Cuál fuerza poderosa es
capaz de hacer que un solo hombre se levante contra un imperio religioso y lo
haga tambalear por sus cuatro costados? ¿Qué movió a ese individuo a levantar
un movimiento capaz de una revolución espiritual que cambió la historia?
Las
vidas del apóstol Pablo y de Martín Lutero nos van a enseñar una gran verdad.
La religión, por muy perfecto que sea su engranaje, no es suficiente para tener
la seguridad de agradar a Dios y aceptar su salvación. Tanto Pablo como Lutero
eran hombres profundamente religiosos desde la cuna. Pablo nació en medio de la
religión que Dios entregó a Moisés en el Sinaí. Martín Lutero fue producto del
catolicismo romano de la Edad Media. El primero tuvo su encuentro personal con
Dios camino a Damasco, el segundo, tuvo su encuentro con Dios al estudiar la
Escritura y descubrir la salvación como el regalo divino a través de la fe en
Jesucristo. Pablo fue perseguido por los judíos, sus correligionarios. Lutero
fue perseguido por los católicos romanos, sus correligionarios.
Tanto a
Pablo como a Martín Lutero los siglos los han reivindicado. Pablo es reconocido
como el teólogo y misionero más grande de la historia del cristianismo. Martín
Lutero es considerado como el líder principal de un movimiento cristiano
llamado el protestantismo. Martín Lutero no quería dejar la Iglesia Católico-romana.
Encabezó un esfuerzo para que La Iglesia Católica Romana regresara a sus raíces
bíblicas, pero hasta hoy no se ha logrado en plenitud. No obstante, abrió las
puertas al avivamiento de otras congregaciones que ya existían, como los
valdenses y anabautistas que conquistaron Europa en el siglo XVI. Nuevos y
talentosos hombres de Dios surgieron: Juan Calvino, Ulrico Zuinglio, Phillip Melanchthon, Thomas Muntzer, Juan Knox y centenares más. No fueron
hombres perfectos, tuvieron sus errores porque eran seres humanos, pero,
estuvieron por encima del descrédito en que el clero romano había caído en
aquellos días.
El 31 de octubre del año 1517 el monje agustino Martín Lutero
caminó resuelto hacia el templo del Castillo de Wittenberg en Alemania. Con
determinación y sin que le temblaran sus manos, el sacerdote de 34 años levantó
el martillo y clavó uno de los escritos más estridentes de la historia
religiosa. En esa época, las puertas de los templos servían a las comunidades
como medios de comunicación. No hizo falta ni un mes para que los gritos del
documento se oyeran en toda Europa, y muy especialmente en del Vaticano. El
documento que no pretendía otra cosa que una voz solitaria en la inmensa noche
de la Edad Media, no era otro que las llamadas Noventa y Cinco Tesis. Si Roma hubiera oído aquella voz, hoy contaríamos
la historia de otra manera.
Antes, debo aclarar que, todas las religiones o sistemas
religiosos están basados en una o más de las siguientes fuentes de autoridad;
se resumen en cuatro: El intelecto y las experiencias, las tradiciones y las
Escrituras. De paso, estas fuentes de autoridad cobran toda su importancia
porque en ellas se basan nuestras creencias, propósitos, costumbres, hábitos y
valores. El intelecto y las experiencias que están dentro de la persona, pero,
también existen dos fuentes fuera del ser humano: las tradiciones y las
Escrituras. Cuatro fuentes de autoridad espiritual; pero Dios nos dejó una sola
que es verdadera, Las Sagradas Escrituras. Si Dios es verdaderamente Dios,
tenía que dejarnos una Escritura inspirada por Él para poder conocerlo, amarlo,
obedecerlo y alcanzar su salvación. Por eso, el Señor JESÚS le dijo a los
judíos: Ustedes estudian con diligencia
las Escrituras porque piensan que en ellas hallan la vida eterna. ¡Y son ellas
las que dan testimonio en mi favor! Juan 5:39 (NVI). Pablo aconsejó a uno de sus discípulos: “Las Sagradas Escrituras (…) te pueden hacer
sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” 2 Timoteo 3:15 (RV60).
Una de las razones por las que Martin Lutero se había hecho monje
-como muchos otros que han vestido los hábitos- fue el interés en su propia
salvación. Comenzó a trabajar en su salvación personal, pero, mientras más
esfuerzos hacía para alcanzarla a través de sus buenas obras, más perdido se
sentía. No dudo que entre todos los documentos, la teología, la filosofía y los
ritos que tuvo que aprender, había estudiado también la Biblia en latín, y los
idiomas originales en hebreo y griego. Así terminó sus estudios doctorales en
teología en 1512. Lutero había usado su intelecto, sus experiencias
espirituales y las tradiciones en su larga búsqueda de una verdadera fuente de
autoridad espiritual, pero no la halló. Fue entonces cuando la encontró en las
Escrituras. Por eso, en medio de los debates que lo acusaban de hereje, y que
por ello, sin duda, caería en manos de la temible Santa Inquisición, él se
aferró a su Biblia. ¡Las Escrituras pasaron a ser su única fuente de creencia y
por ella estaba dispuesto a morir! Por eso dijo, que tanto el Papa como los
Concilios Generales podían errar, pero, que solo las Escrituras eran la
verdadera autoridad, y que él reconocería que estaba en un error sólo cuando se
le convenciera de que lo que él creía fuera contrario a la Biblia y la sana
razón.
Lutero nunca vaciló en cuanto a la importancia de la Palabra de
Dios. Tampoco vaciló en su empeño de hacer que se tradujera al alemán, su
idioma materno. El latín era la lengua oficial de la religión. Todo se hacía en
una lengua casi desconocida para el pueblo. Sin duda, una de las grandes
facetas de Lutero fue la de escritor. Escondido en el Castillo de Wartburg, el
reformador pasó por momentos de muchas aflicciones y pruebas. Sin embargo, no
estuvo ocioso. Escribió casi una docena de libros y tradujo todo el Nuevo
Testamento del griego al alemán, en solo nueve meses… Años más tarde hizo
también la versión completa de la Biblia de las lenguas originales al alemán.
A la impresión y distribución de las Sagradas Escrituras también
contribuyó otro alemán, Johannes Gutemberg quien inventó la imprenta, y así, el
primer libro que se imprime es precisamente la Biblia. Desde aquel lejano día e
impulsados años más tarde por las Sociedades Bíblicas, ¡el Sagrado Libro no se
ha dejado de imprimir y distribuir! Debo también dar crédito a las muchas y
excelentes versiones católicas que, ¡por fin!, se distribuyen en gran manera. Cumpliéndose el sueño de Lutero y de
los otros grandes reformadores protestantes: “¡Por lo menos una Biblia debe
estar en cada hogar!”, es la recomendación de las autoridades del catolicismo,
hoy.
En mi caso -y me emociono mucho al contarlo- un día, por cierto Jueves Santo, tomé
un ejemplar de la Biblia que había sido dedicada a un primo mío, pero en la
misericordia de Dios, el ejemplar no era para él, sino para mí. La tomé en mis
manos y leyendo San Juan 17:20 ¡Esa bendita Palabra habló a mi corazón y tuve
un encuentro con el Señor Jesucristo y nací de nuevo! Yo era solamente un joven
de 17 años, pero el Espíritu Santo me guió y me ha guiado no solo a oírla,
leerla, estudiarla, memorizarla y meditarla, sino, también a practicarla. Soy
producto de lo que Dios ha hecho en la humilde vida de un hombre de pueblo, por
el poder de la Escritura. Para mí la Biblia es mucho más que una guía
doctrinal. Toda ella es vida. Produce la fe. Produce cambios en mí. Con ella
asusto al mismo diablo, aliento al enfermo, sano mis heridas, ya sean físicas,
emocionales o espirituales. Por sobre todo, mediante la Palabra y el Espíritu
Santo, nací de nuevo. ¡Con esta Palabra vivo, con esta Palabra muero!
Por otra parte, Lutero hizo mucho uso de la música como parte de
la liturgia evangélica. Como lo dice el especialista y músico Cecilio McConnell
en su libro Comentario sobre los himnos
que cantamos: “Martín Lutero fue una de las figuras más sobresalientes en
la historia de la iglesia cristiana. Su influencia en el himno también era
descollante. Cuando el apareció, el canto cristiano estaba en el nivel más
bajo. Los pocos himnos eran cantados por personas eclesiásticas especializadas
en un idioma que la mayoría de la gente no entendía… Lutero insistió en que
tenía que ser en el idioma del pueblo y que toda la congregación cantase su
regocijo en el Señor…”. Martín Lutero fue también un poeta y escritor de muchos
himnos, uno de ellos es considerado el himno nacional del pueblo evangélico, me
refiero a “Castillo fuerte es nuestro
Dios”, porque entre otras cosas, gracias a su amigo el elector Federico el
Sabio de Sajonia, señor de Wittemberg dentro de cuya jurisdicción vivía Lutero,
lo salvó de las garras de sus enemigos que querían matarlo, como lo habían
hecho cien años antes con Juan Huss. También Lutero sabía que su verdadero
enemigo era el mismo Satanás. Por eso, la primera estrofa del himno, dice:
Castillo fuerte es nuestro Dios,
Defensa y buen escudo;
Con su poder nos librará en todo trance agudo.
Con furia y con afán acósanos Satán;
Por armas deja ver astucia y gran poder;
Cual él no hay en la tierra.
Pero la segunda estrofa, nos presenta a Jesús el verdadero
triunfador:
Nuestro valor es nada aquí,
Con él todo es perdido;
Mas con nosotros luchará de Dios el Escogido.
Es nuestro Rey Jesús, el que venció en la
cruz,
Señor y Salvador. Y siendo solo Dios,
Él triunfa en la batalla.
Apasionado como era Martín Lutero tomaba su laúd, instrumento
musical que dominaba a la perfección, y con aquella voz que tanto le había dado
de comer en su días de estudiante, y que sus contrarios la había oído en la
Dieta de Worms, cuando quien lo interrogaba para que él se retractara, dijo:
“No puedo, ni quiero retractarme de cosa alguna, pues ir contra la conciencia
no es justo ni seguro. Dios me ayude. Amén”. Ciertamente, el maligno no está
contento cuando estamos firmes en la Palabra de Dios, porque ha sido juzgado
precisamente por el triunfo definitivo de la Biblia:
Y si demonios mil están pronto a devorarnos,
No temeremos porque Dios sabrá como ampararnos.
¡Que muestre su vigor Satán y su furor!
Dañarnos no podrá, pues condenado es ya
Por la Palabra Santa.
Termino con esta reflexión. Martín Lutero, al igual que otros
héroes de la fe, nos dejó un gran legado que los evangélicos modernos no
debemos echar al olvido. El mismísimo Papa Juan Pablo II pidió perdón ante las
injusticias que se hicieron con aquel monje, que leyendo la Escritura descubrió
lo que Pablo ya había escrito 1500 años antes, que nuestra justificación
delante de Dios es solamente por fe; Martín Lutero lo subrayó en su Biblia
cuando escribió: “Sola fide” Solamente por fe.
No convirtamos el glorioso evangelio que costó, sudor, lágrimas,
sangre y muerte a muchos amados para que nos llegara a nosotros, en una fórmula
mágica para triunfar en este mundo material y por lo tanto, temporal. No me
canso de decirlo, Jesucristo no dejó su gloria para que yo viva un evangelio de
pura oferta y facilidad. Martín Lutero pagó un precio en sus días: Se alejó de
Roma que representaba para él, todo en esta vida, pero se acercó a Dios y
aceptó la salvación como un regalo, mantuvo la fe y triunfó. Tú y yo tenemos
que dejarle a la futura generación, al salir de este mundo, lo único que
también nos podremos llevar al salir de él, la herencia incorruptible de la
salvación por fe.
Soli Deo gloria
Oración:
Amantísimo Padre Celestial:
Gracias por darnos Tu Palabra que es fiel y verdadera.
Ayúdame a vivirla por el poder de tu santo Espíritu. En el nombre de JESÚS,
amén.
Perla de hoy:
Los
tesoros de la Biblia están a la disposición de los que escarben, buscándolos.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento por obedecer?
¿Existe
un pecado por evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?