Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: Lucas 12:49-53
Pasión evangelizadora: Sus hombres
Yo he venido para encender con fuego el mundo, ¡y
quisiera que ya estuviera en llamas! Lucas 12:49
(NTV)
JESÚS vino a traernos
el fuego espiritual, un fuego benigno, purificador, fuego que hace al pecador verse a sí mismo frente al otro
fuego, el que arde y que nunca se apaga -como Él lo dijo-, este fuego salvador
del Señor lleva a nuestros corazones la convicción de la realidad del amor de
Dios y el poder de su gracia; este es el fuego que nos produce fe,
arrepentimiento, confesión, y nos hace hombres y mujeres nuevos. ¡Esos hombres
y mujeres se convierten en discípulos
con fuego y pasión!, ellos nos descansarán hasta ver su generación en
llamas. Ese era el fuego que sentían también los profetas del Antiguo
Testamento y que hicieron impacto en sus generaciones: “Sin embargo, si digo
que nunca mencionaré al Señor o que nunca más
hablaré en su nombre, su palabra arde en mi corazón como fuego. ¡Es como fuego en mis huesos! ¡Estoy agotado tratando de contenerla! ¡No
puedo hacerlo!” (Jeremías 20:9; NTV).
Sí, Jeremías
era un hombre de fuego, y solamente un hombre como él pudo llevar a cabo el
difícil trabajo que Dios le encomendó de predicar en contra del pecado de los
líderes civiles y religiosos de su nación, sin embargo, el profeta no calló, le
causaba dolor la ceguera espiritual de su pueblo, y ese gemir espiritual lo
expresaba a través de la profunda y emotiva personalidad que poseía. En efecto,
Jeremías, escribe:
“¡Mi corazón, mi corazón, me retuerzo de dolor! ¡Mi corazón retumba dentro de mí! No puedo quedarme quieto. Pues he
escuchado el sonar de las trompetas enemigas y el bramido de
sus gritos de guerra. Olas de destrucción cubren la tierra, hasta dejarla en completa desolación. Súbitamente mis carpas son
destruidas; de repente mis refugios son demolidos. ¿Hasta cuándo tendré que ver las banderas de combate y oír el toque de trompetas de guerra? «Mi pueblo es necio y no me conoce —dice el Señor—. Son hijos
tontos, sin entendimiento. Son lo suficientemente
listos para hacer lo malo, ¡pero no tienen ni idea de cómo hacer lo
correcto!»” (Jeremías 4:19-22; NTV). Evidentemente, la pasión y el fuego del
profeta no lo frenan, ni el pecado de su nación en contra de Dios, tampoco, la
ignorancia y la ceguera espiritual de su pueblo, ni el poco impacto y
resultados de su predicación en aquella generación que escuchaba su
exhortación, porque el mismo
profeta explica, dramáticamente, aquella pasión por llevar el mensaje: “¡Es como fuego en mis huesos!”. A no ser que Dios en su gracia nos
permita andar bajo su fuego divino no podemos hacer frente a una situación
nacional y mundial, como servidores de Dios, la cual, -considero en mis casi
siete décadas-, ¡es lo peor que hemos vivido!
Es claro en las
Escrituras que el propósito dominante del fuego que trajo a JESÚS desde el
cielo a la tierra y lo condujo a
la cruz es la pasión por la salvación del ser humano pecador. Como lo sabemos JESÚS
vivió, murió, pero, ¡resucitó!, y una vez resucitado, nos encomendó –completar
por así decirlo, su misión, diciendo: “Como me envió el Padre, así también yo
os envío” (Juan 20:21). Aquellos humildes hombres, discípulos del Señor, vieron
como JESÚS fue llevado al cielo. Sin duda, estaban entristecidos en gran
manera, pero el Señor les prometió que comenzaría una nueva era con el
surgimiento de la Iglesia del Señor, llena del fuego del Espíritu Santo como
también lo había dicho Juan el Bautista: “Yo los bautizo con agua, pero pronto
viene alguien que es superior a mí, tan superior que ni siquiera soy digno de
ser su esclavo y desatarle las correas de sus sandalias. Él los bautizará con
el Espíritu Santo y con fuego.” (Lucas 3:16). Esto se cumplió en Pentecostés.
¡Desde entonces la Iglesia del Señor ha sido bendecida con el poder del
Espíritu Santo, y ha producidos hombres y mujeres, que han sido bautizados con
el fuego de Dios e insertados en el cuerpo del Señor por todo el mundo! Como
ocurrió en el primer siglo, de tal manera, que los contemporáneos de aquellos
discípulos del Señor, exclamaron: “Estos que trastornan al mundo entero también
han venido acá” (Hechos 17:6). ¡Ese mismo comentario se ha oído en muchas
ocasiones en la historia de la Iglesia sobre los discípulos apasionados de
JESÚS! Ahora bien, hablar de estos hombres y mujeres a través de la historia
del cristianismo será tema de otro devocional.
Mientras tanto,
no permitamos que el fuego de la pasión evangelizadora merme de nuestros
corazones. No dejemos que el frío del invierno de la mundanalidad nos apague el
fuego. El Espíritu Santo, como lo hizo con los profetas en el Antiguo
Testamento, ahora vive en nuestros corazones. Vengamos, como el profeta Isaías,
humildemente, sin jactancias, sin creernos una gran cosa, confesemos nuestros
pecados, y el Espíritu Santo, tomará el carbón encendido de su altar y lo
pondrá sobre nuestros labios, nuevamente. De esta manera, todo nuestro ser:
espíritu, alma y cuerpo, experimentará: ¡La llenura del poder del Espíritu
Santo en todo lo que somos, tenemos y hacemos para llevar el fuego de Dios a
nuestra generación! Entonces, veremos en acción, ¡la pasión evangelizadora y
sus hombres!
Oración:
Amado Padre Celestial:
¡Dame Señor tu fuego
divino para llevar tu Mensaje! Sin reservas, sin retiradas y sin lamentos a
ésta y a las futuras generaciones; que el mundo entero pueda oír tu voz a
través de las voces y los hechos de los hombres y mujeres con pasión
evangelizadora por dondequiera vayamos. En el nombre de JESÚS. Amén
Perla de hoy:
¡Dame Señor tu fuego divino para llevar tu Mensaje! Sin reservas, sin
retiradas y sin lamentos.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su
Palabra?
¿Existe una
promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una
lección por aprender?
¿Existe una
bendición para disfrutar?
¿Existe un
mandamiento a obedecer?
¿Existe un
pecado a evitar?
¿Existe un
nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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