Francisco Aular
El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene
envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece. 1 Corintios 13:4 (RV60)
La pareja bella y prometedora que nos llegó a la
iglesia me entusiasmó. Eran mis hijos espirituales, los había bautizado, casado
y, también, había presentado al Señor su primer hijo. Pero un día me llamaron y
me dijeron las palabras que considero, de las más dolorosas que un pastor puede
oír: “¡Pastor, nos vamos de la iglesia!”, la razón, habían encontrado una
iglesia más amorosa que nosotros, y ellos anhelaban un ambiente así. En
realidad, nuestra congregación, a la que ellos y yo pertenecíamos, era un grupo
de amados muy normales, ninguno era perfecto, pero los rasgos de una iglesia
madura eran obvios, sin embargo, ellos no lo veían así. Como un padre al cual
el hijo le da sus razones para irse de casa, los dejé marcharse y les prometí,
que en cualquier circunstancia de la vida estaría a su lado. Desde mi primer
pastorado pienso que las ovejas que el Señor nos da en este peregrinaje son
producto de una decisión que Dios tomó desde antes de la fundación del mundo, y
por lo tanto, puede que se termine la relación temporal, pero de alguna manera,
nuestros lazos de filiación espiritual no terminan. Son eternos, porque allí
empezaron.
¿Qué actitud realmente no es amor en una persona,
en una familia o en una iglesia local? El apóstol Pablo responde: “el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece…”. La envidia es sentir pesar por los
talentos, dones y bienes de los otros. Por
eso, cuando la envidia llega a nuestros corazones, la vida espiritual decae,
comienzan las comparaciones, los juicios y con ello, los celos, las contiendas,
las divisiones y hasta el crimen. Hace muchos años, Salomón escribió: “Vi además que tanto el afán como el éxito en
la vida despiertan envidias. Y también esto es absurdo; ¡es correr tras el
viento!” (Eclesiastés 4:4; NVI). Más doloroso aún: El que siente envidia
se hace daño así mismo. Escribiéndo Pablo a los gálatas, no se anduvo por las
ramas, y les escribió: “Las obras de
la naturaleza pecaminosa se conocen bien (…) envidia; borracheras, orgías, y
otras cosas parecidas. Les advierto ahora, como antes lo hice, que los que
practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gálatas 5:19,21; NVI).
Los cristianos nacidos de nuevo poseemos dos
naturalezas, una es pecaminosa y la otra es divina. Dios estaría negando todos
sus principios espirituales y la libertad del ser humano, si nos obligara
a amar así, por ello, el amor “ágape” es una decisión personal, en la
cual actúan el espíritu, la mente y la voluntad. Las emociones están lejos de
esta clase de amor al momento de decidirse amar, aunque pueden venir luego,
como resultado de poner el amor en marcha.
Claramente, tenemos que destacar lo que es el
amor “ágape”, el amor de Dios, el amor incondicional obrando en nosotros, los
cristianos nacidos de nuevo: no tiene envidia. Generoso como Dios mismo,
no envidia a otros lo que ellos posean, y si por circunstancias diversas los
demás lo superan, no se irrita, ni se siente angustiado y desplazado, no es
celoso de que otros lo superen y reciban la recompensa y la alabanza. Esta
clase de amor “no es jactancioso, no se envanece”. Es humilde, no vanidoso, no
ostentoso, ni deseoso de exhibir sus talentos o dones superiores o atraer
admiración no merecida; el amor no es arrogante porque no considera a nadie
inferior a él mismo, no se hincha con los halagos, ni se detiene ante la
crítica; el amor no adopta “aires de grandeza” personal porque sabe que como
todo ser humano es mortal. No tenemos que ir a ninguna parte a buscar este amor
porque habita en nosotros desde que el Espíritu Santo lo derramó en nuestros
corazones (Romanos 5:5). Lo que tenemos que hacer es mostrarlo en lo que somos
y hacemos en cualquier parte en donde nos encontremos. ¡Manos a la obra!
Invitación:
¿Quieres poseer el amor “ágape” en ti? Te es
necesario nacer de nuevo y ser salvo. La salvación es el regalo del amor de
Dios por el pecador. Pero no se aplica al pecador en forma universalista o
automática: “No todo el que me
dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la
voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21; RV60). Es
necesario hacer una decisión y una invitación para que el SEÑOR te perdone tus
pecados, te salve y more en ti para siempre. Si has comprendido lo que hemos
estudiado hoy, y nunca has hecho esta decisión, este es el preciso momento para
aceptar este amor de Dios en tu vida, ¿te gustaría aceptar el regalo de la vida
eterna en JESÚS, y confiar únicamente en Él para la salvación, como dice su
Palabra? Si es así, ora conmigo…
Oración:
“Señor JESÚS, gracias por amarme, vengo ahora
delante de Ti sabiendo que soy un(a) pecador(a) y que tú moriste por mí. Ahora
mismo me arrepiento de todos mis pecados y recibo con todo gozo el regalo de tu
salvación, y te confieso como mi Señor y Salvador. ¡Gracias JESÚS por esta
salvación y ayúdame a serte fiel! Amén.[i]
Perla de hoy:
El en desierto de nuestra vida, Dios nos ofrece un
oasis: Su amor.
Interacción:
¿Qué
me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe
una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe
una lección por aprender?
¿Existe
una bendición para disfrutar?
¿Existe
un mandamiento a obedecer?
¿Existe
un pecado a evitar?
¿Existe
un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
[i] Si has hecho esta oración con sinceridad y de
corazón, eres salvo. ¡Bienvenido a la familia de Dios! Esto es apenas el
comienzo de la verdadera razón de por qué, estás en la tierra. Si quieres
unirte a mi grupo discipular en internet, y estudiar conmigo un material de
discipulado inicial, escríbeme.
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