Francisco
Aular
Dios bendice a los humildes, pues ellos
serán dueños de la tierra. Mateo 5:5
(Traducción en lenguaje actual)
Me correspondió seleccionar al predicador para un congreso de oración; no
lo conocía personalmente pero la recomendación de un amigo común entre ese
predicador y yo, que lo conocía bien, bastó. Llegó la ocasión de presentarlo
ante un gran auditorio que había venido de todas partes del país; eché una
mirada, y entre los asistentes reconocí a muy buenos predicadores. Después de
la presentación, me senté detrás del predicador invitado. El hermano tomó la
palabra, su hablar pausado y de poco volumen hizo que el técnico de sonido
viniera para ver si había encendido el micrófono; miré los rostros de mis demás
colegas, y casi pude leer entre sus miradas este mensaje: “Francisco, ¿a quien
has escogido para que nos predique?”, sin embargo, la dulce voz de aquel
predicador, sin aspavientos de ningún tipo se fue filtrando en la audiencia,
poco a poco; no habían pasado diez minutos y las lágrimas que todos teníamos y
los sollozos de algunos allí, marcaron el inicio de tres días de verdadero
encuentro con el Señor, y con el siervo que Él estaba usando poderosamente para
llevarnos a la misma presencia de Dios.
Entre todos los pequeños secretos que necesitamos descubrir para encontrar
la felicidad en el buen trato con los otros seres humanos, está el aprender a
ser de espíritu humilde. Sin embargo, en el mundo en que vivimos hoy día, lleno
de confusión, de presiones y agresividad, muchos menosprecian a las personas de
espíritu quieto y humilde. Aún entre los cristianos, la admiración y el respeto
van hacia aquellos que predican fuerte, cuyos ademanes, y en algunos casos, el
buen uso de la oratoria, les ganan reputación; se admira a los cantantes que
logran grabar y vender más discos; casi se idolatra a aquellos que tienen la
facultad de tener ministerios tan grandes como sus iglesias; algunos viven con
tanta opulencia como los artistas del mundo del espectáculo, poseen sus propios
aviones y viven en las “colinas del Hollywood de sus propios países”. Me
pregunto en qué forma mirará JESÚS este espectáculo meramente humano, tan lejos
del espíritu de humildad que nos debe caracterizar a los que “están en el
mundo, pero que no son del mundo”. ¡Qué el Señor nos ayude, y por su
misericordia no nos arroje de su presencia!
¿Cómo se desarrolla un espíritu manso y humilde dentro de nosotros? Todo
comienza con la obediencia a la Palabra de Dios, así como JESÚS mismo lo hizo.
La humildad tiene que ver con la docilidad con que nosotros debemos colocar
todo nuestro ser bajo la dirección de Dios. El Señor producirá desde nuestro
interior el mismo carácter humilde que fue el ejemplo de suprema obediencia de
JESÚS. La humildad es colocar a otros primero antes que nosotros mismos. La
humildad es amar como JESÚS amó; es entregarse al propósito que Dios nos ha
dado sin retorno y sin lamentos; es asumir nuestra misión histórica a la luz de
nuestro destino eterno; es ser conscientes de que nosotros somos un eslabón en
la cadena de hombres y mujeres, que desde los días de JESÚS se han entregado
con pasión al rescate de un mundo perdido; es conducirnos con paciencia
mirándonos a nosotros mismos, y tener la sabiduría para convivir con los demás,
no considerándonos superiores ni inferiores sino como a nosotros mismos.
Sí, la herencia de la humildad es tener la bendición de Dios sobre lo que
se es, lo que se hace, y lo que tenemos; esta es una herencia incorruptible y
permanecerá para siempre.
Oración:
Padre eterno:
Eres Admirable, Consejero, Dios celoso, Dios de toda
consolación, el Dios que venga mis agravios, el Dios que nos guía, Fiel y
Verdadero y Fuego consumidor. Ayúdame a ser como tú eres y llegar a los demás
con un espíritu humilde.
Perla
de hoy:
El mundo no
está esperando un nuevo evangelio, sino, aguarda que los que somos hijos de
Dios vivamos en antiguo evangelio del lebrillo y la toalla.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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