Es verdad que los discípulos del SEÑOR, atravesamos por las mismas pruebas, sufrimientos, sudor, sangre y lágrimas en ese paso por la vida humana y todos los desafíos que enfrentamos; pero la diferencia abismal es que el cristiano nacido de nuevo y bíblicamente maduro sabe que, es estimulado porque vive en él, ¡la esperanza de un fabuloso final!
Puede pasar por el desierto de la crisis de esperanza, pero no hace su casa allí. Va de paso. Se cae, recoge algo de valor de esa experiencia, se pone en pie, sacude el polvo de sus sandalias, levanta sus hombros y su cabeza erguida hacia el cielo, de donde viene la voz: “Pongan la mira en las cosas del cielo, y no en las de la tierra”. (Colosenses 3:2,RV60). ¡La esperanza ha triunfado!
En la realidad actual por decirlo de alguna manera, se percibe un debilitamiento y vacilación en las convicciones, y no se ve a corto plazo una renovación de los valores que nos han sostenido por siglos. La situación personal, nacional o planetaria nos agobia. No se trata de que peligre nuestra vida, sino la vida en sí misma. Esto nos lleva a una sensación de vacío, de cansancio; estamos simplemente agotados antes de hacer nada. En lugar de vivir, sobrevivimos.
Sin duda, tenemos una crisis de esperanza, y no podemos negarlo porque está delante de nuestros ojos. Afortunadamente, el Hacedor del ser humano tiene un plan para nosotros, comenzó en la eternidad pasada, existe en el presente, y se proyecta a un fabuloso futuro. DIOS nos creó para Él, y como decía San Agustín: “Oh Dios, nos has hecho para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti…”.
Me asomo por mi ventana y ya estamos al final de un duro invierno que por aquí comenzó en octubre pasado, ve como los árboles lucen secos, como esqueletos emblanquecidos en el duro invierno, reverdecen ante la inminencia de la primavera. El DIOS invisible, pero presente, es según el apóstol Pablo, “la esperanza de gloria”… DIOS nos ha preparado para salir airosos a pesar de los sufrimientos, las circunstancias adversas y de nuestras lágrimas. Sí, la angustia es la realidad de un mundo injusto y sin remedio.
Por el contrario, la esperanza de DIOS, y, en DIOS es la salvación posible en cualquier instante. La salvación es el regalo que DIOS nos hace; así podemos realizar el verdadero propósito de vivir en este mundo y mas allá de esta vida humana; sí efectivamente, esta es una invitación a nacer de nuevo, para poseer una fuente inagotable, y entre otras bendiciones, la esperanza: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:5 NVI).
De esta manera, la esperanza en el cristiano no entra en crisis por las circunstancias inmediatas, sino que está siempre presente y se agiganta por encima de ellas, porque se fundamenta en la fe inconmovible de un DIOS inmutable. Siempre dispuesto a cumplir Sus promesas, y con la certeza como en todas las virtudes espirituales, la esperanza vive en nosotros: “Alégrense por la esperanza segura que tenemos. Tengan paciencia en las dificultades y sigan orando.” (Romanos 12:12, NTV). La esperanza en el cristiano, nacido de nuevo, no es algo que posee, sino Alguien quien vive en él: ¡JESÚS! Así podemos enfrentar con éxito la crisis de esperanza.
¡Adelante, siempre adelante!
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