Francisco Aular
¿Quién enferma, y yo no enfermo? 2 Corintios 11:29 (RV60)
Desde hace ocho semanas la tribulación me tocó la puerta, y estoy convaleciente de tres enfermedades, que de alguna forma, me sorprendieron. Una operación de apendicitis, un ataque al corazón, y luego, por todo ese sufrimiento físico que, ¡me llevó a bajar 28 libras en tres semanas!, recrudeció un antiguo problema prostático. En estas ocho semanas he estado hospitalizado tres veces, en tres hospitales diferentes.
Afectado física, laboral y anímicamente, me sentí atribulado, sin embargo, confieso, que hubo momentos en medio del dolor, en que viajé en el espíritu a una especie de oasis, en la cual la presencia de Dios y las oraciones de los amados se unieron para darme paz en medio de las tribulaciones. La lentitud que sentía en el paso de las horas diurnas y nocturnas, me permitía orar y pensar muchas cosas. Pero el hecho de que Dios me ha permitido ejercer un ministerio de consolar a otros por medio de su Palabra se me hizo fácil ser consolado por la Biblia, por mi familia y por mis hermanos y amigos; en efecto, pude sentir el consuelo de todos ustedes que han clamado al Padre por mi salud y por fortaleza en medio de mis tribulaciones.
En su propósito soberano, a veces, el Señor permite la enfermedad para el bien físico, moral y espiritual de los suyos. En su sabiduría y amor, Él dosifica, cuidadosamente, la prueba permitida para alcanzar su Propósito Eterno; pero al mismo tiempo, da fuerzas a sus Hijos para soportar las tribulaciones. Toda enfermedad o tribulación es un trauma, una herida de la cual tenemos que sanar; la reación posterior al evento nos postrará o nos elevará, dependerá de nuestra actitud.
El cristiano nacido de nuevo no pregunta, ¿por qué Dios me permite sufrir?, sino, ¿para qué Señor?, ¿Cuál es el propósito Señor en esta prueba? Tampoco es que el cristiano nacido de nuevo mete la cabeza en un hueco, como el avestruz, declarando sanidad, cuando no la tiene. El verdadero díscipulo del Señor es realista, y mientras ora y espera en la voluntad de Dios, asume su misión histórica en esta vida a la luz de su destino eterno, del cual está seguro: “Pues sabemos que, cuando se desarme esta carpa terrenal en la cual vivimos (es decir, cuando muramos y dejemos este cuerpo terrenal), tendremos una casa en el cielo, un cuerpo eterno hecho para nosotros por Dios mismo y no por manos humanas” (2 Corintios 5:1 NTV). De esta manera, el verdadero discípulo del Señor es consciente de que su paso por este mundo es tan solo “un parétesis de la eternidad”, y puede decir con la Palabra de Dios en la mano: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
Por supuesto, no siempre es posible discernir el propósito que Dios persigue mediante la enfermedad o prueba que Él permite. Recordemos a nuestro amado Jesús en Getsemaní, aún podemos orar: “Padre, si quieres pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42 RV60), o tal vez, como el gran apóstol Pablo cuando oró por una prueba que él mismo llamó, “un aguijón en la carne”, no sabemos cuál era su tribulación, pero sí conocemos la intensidad que Él buscó la voluntad de Dios en esa dificultad: “Respecto a lo cual tres veces he rogado al Señor, que lo quite de mí. Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:8,9. RV60). Vale aclarar que cuando Pablo dice “tres veces” es un simbolismo hebreo para significar que había orado muchas veces, pero Dios siempre le dio la misma respuesta. Sin embargo, pese a ese “aguijón en la carne”, todavía no ha nacido en el cristianismo, un gigante y héroe de la fe como San Pablo.
El Apóstol pregunta -con lo cual revela su transitoriedad por este mundo, ya que él es un hombre de Dios, pero es un ser humano- ¿Quién enferma, y yo no enfermo? Ciertamente, los hombres y mujeres de Dios, sufrimos, padecemos y morimos como los demás seres humanos. La diferencia está en que sentimos muy cerca de nosotros, y también en nosotros, que no estamos solos. Existe Alguien que nos acompaña y nos da fuerzas en medio de nuestras tribulaciones. Pues bien, ¿cuál es la fuente de nuestra fortaleza en medio de nuestras tribulaciones? La respuesta la tenemos en la Biblia: “Toda la alabanza sea para Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Dios es nuestro Padre misericordioso y la fuente de todo consuelo. Él nos consuela en todas nuestras dificultades para que nosotros podamos consolar a otros. Cuando otros pasen por dificultades, podremos ofrecerles el mismo consuelo que Dios nos ha dado a nosotros” (2 Corintios 1:3,4 NTV). ¡Bendito y alabado sea nuestro Dios!
Oración:
Bendito Padre eterno:
Tú me has hablado de muchas maneras por tu Palabra, pero en estas semanas me has hablado por medio de las circunstancias por las cuales estoy pasando; he aprendido una vez más, que al final de la vida, ningún interés, ninguna cosa y ninguna persona, es más importante que Tú. Ayúdame a consolar a otros como tú los has hecho conmigo. En el nombre de Jesús. Amén
Perla de hoy:
El verdadero discípulo del Señor es realista y mientras ora y espera en la voluntad de Dios, asume su misión histórica en esta vida, a la luz de su destino eterno del cual está seguro.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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