Francisco Aular
Lectura devocional: Salmo 89
Porque Jehová es nuestro escudo, Y nuestro rey es el Santo de Israel. Salmo 89:18 (RV60)
Nos encontrábamos en la inauguración de la Asamblea Anual de nuestra Convención de Iglesias, y un coro entonaba uno de los himnos especiales de la noche. Entre el grupo de cantores había un solista encargado de llevarnos con su voz a la presencia del mismo Señor del cielo y de la tierra. Nuestros ojos se dirigieron al cantante; miré a los lados y todos estábamos pendientes del clímax de aquella pieza musical, entonces, como si la corbata fuera un obstáculo, el barítono, en un gesto de quitarse de encima todo peso que estorbara su interpretación, hizo a un lado el nudo de la corbata, se abrió el cuello de la camisa e interpretó a capella el final de aquel himno majestuoso.
Del mismo modo, en el Salmo 89 el salmista se despoja de todo el sufrimiento al cual el pueblo de Dios ha sido sometido, y de las humillaciones y maldiciones de sus enemigos; se asoma a la tragedia que ha vivido tanto en lo personal como en lo colectivo, porque es necesario que sepamos de una vez por todas que el ser bueno no es suficiente para dejar de sufrir; vivimos en un mundo injusto y querámoslo o no, el sufrimiento es parte de nuestro equipaje. Sin embargo, el escritor sagrado refleja en este Salmo su confianza y esperanza en un Mesías venidero, y el triunfo final de las promesas que Dios hizo a sus antepasados, Abraham, Moisés y David y a otros. Por ello, exclama a voz desnuda y sin tropiezo: Porque Jehová es nuestro escudo, Y nuestro rey es el Santo de Israel.
C. H Spurgeon en su comentario de este Salmo nos dice: “Cuando estamos atribulados pensamos que sentimos alivio al quejarnos; pero cuando alabamos, conseguimos más: obtenemos gozo. Que nuestras quejas, pues, se transformen en alabanza; y en estos versículos hallamos lo que será material para la alabanza y la acción de gracias para nosotros en las peores ocasiones, tanto lo que se refiere a cuestiones públicas como personales, “de generación en generación haré notoria con mi boca tu fidelidad (89:1)”. El Salmista nos invita a arriesgarnos y a creer en las promesas de Dios hechas a nuestros héroes bíblicos y a hacerlas nuestras: “Hice pacto con mi escogido; juré a David mi siervo diciendo: Para siempre confirmaré tu descendencia, y edificaré tu trono por todas las generaciones” (89:3,4). Como dice un antiguo himno:
I
Todas las promesas del Señor Jesús,
Son apoyo poderoso de mi fe;
Mientras viva aquí cercado de su luz,
Siempre en sus promesas confiaré.
CORO
Grandes, fieles,
Las promesas que el Señor Jesús ha dado,
Grandes, fieles,
En ellas para siempre confiaré.
II
Todas sus promesas para el hombre fiel,
El Señor en sus bondades cumplirá,
Y confiado sé que para siempre en Él,
Paz eterna mi alma gozará.
III
Todas las promesas del Señor serán
Gozo y fuerza en nuestra vida terrenal;
Ellas en la dura lid nos sostendrán,
Y triunfar podremos sobre el mal.
(E.M.H: Himnos de Alabanza Evangélica #331)
Los años que he vivido, me llevan a proclamar sin ninguna duda esta verdad que nos presenta el poema “que todas las promesas del Señor Jesús son apoyo poderoso de mi fe”. No es tanto porque nosotros seamos fieles, sino porque tenemos un Dios compasivo. Su amor no puede fallar ni marchitarse. Su misericordia con nosotros conlleva su compasión y perdón; sus promesas son inmutables, no cambian porque, “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta. El dijo, ¿y no hará? Habló, ¿y no lo ejecutará?” (Número 23:19 RV60). Por eso, podemos afirmar con el salmista: Porque Jehová es nuestro escudo, y nuestro rey es el Santo de Israel.
Pues bien, nuestra relación con Dios es de protección y seguridad, porque al creerle a Dios, confiamos también en su Palabra; así para nosotros, los hijos del SEÑOR, Dios es quien Él dice ser: Nuestro Escudo de protección, y puede hacer lo que Él dice que puede hacer; nuestro Rey para siempre; en Él estamos seguros.
Permítanme ahora hacer referencia a un perlista que desde el principio nos ha dado el apoyo en este proyecto, me refiero al general Daniel Enrique Robayo Quintero, mi hermano, amigo y discípulo, ahora mismo él está pasando por la prueba de la enfermedad. Va camino al quirófano para una operación. Daniel ha sido una bendición para todos nosotros sus amigos por tantos años; hemos visto su transitar por este mundo, y como los héroes del pasado, de los cuales Daniel tantas veces ha predicado, nuestro amado hermano está firme en su fe, lleno de confianza en la Palabra de Dios, y confortado por el amor de Dios y todos los que lo amamos. Sé que me uno a su familia en esta hora, como Daniel lo ha hecho con su amada esposa Berta y sus cuatro hijos y nietos, al caer la noche y antes de irnos al descanso, oramos. Nuestra oración por su salud culmina con el versículo de la familia Robayo Hidalgo: Porque Jehová es nuestro escudo, y nuestro rey es el Santo de Israel. Y como termina el Salmo 89, “Bendito sea Jehová para siempre. Amén, y Amén” (v.52).
Oración:
Padre eterno:
Mi oración de hoy está llena de la confianza en tus promesas; tú eres el Dios que dice ser, y puedes hacer lo que tú dices que puedes hacer; solamente di la palabra y será hecho. Ayúdame a confiar que eres mi Escudo, mi Salvador y mi Rey. Amén.
Perla de hoy:
Los años que he vivido me llevan a proclamar, sin ninguna duda esta verdad que nos presenta el poema, “todas las promesas del Señor Jesús son apoyo poderoso de mi fe”.
Interacción:
¿Qué te dice Dios hoy por medio de su Palabra?
Y en respuesta a ello…
¿Qué le dices tú a Él?
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