Francisco Aular
faular@hotmail.com
El perfume y el incienso alegran el corazón; la dulzura de la amistad fortalece el ánimo. Proverbios 27:9 (NVI)
Al laboratorio fotográfico que tenía el Departamento de Anatomía Patológica del Hospital Vargas de Caracas, Venezuela, -en donde laboraba en aquellos años a finales de los sesenta-, llegó uno de nuestros médicos; toda una celebridad en el campo de la medicina de aquel país, me dijo: "Francisco, ¿Me pudieras hacer un favor?"-Con mucho gusto doctor, le respondí- "Se trata de mi hijo Paco, tiene 16 años pero no quiere estudiar…" Acordamos que me lo traería la siguiente semana y pasaría sus vacaciones escolares conmigo en el laboratorio aprendiendo fotografía y que al mismo tiempo, -según su padre- yo le aconsejaría.
El lunes siguiente, un joven alto y bien educado me estaba esperando, cuando yo llegué a cumplir con mis labores diarias. Se suponía que pasaríamos tres meses juntos, así que empecé por ganarme su amistad, una semana nos bastó para que aquella amistad diera sus primeros frutos. “¿Paco, cómo te va en tus estudios?” Le pregunté: "¡Malísimo!"-me respondió sin miramientos- y desde allí, Paco abrió su corazón. Tenía una hermana que seguía los pasos de su padre, brillante estudiante de medicina, y destacada en otras actividades -yo había conocido a María Elena, su hermana porque ella se pasaba muchas horas estudiando en la Biblioteca del Instituto-. Aquella mañana escuché las razones de un joven que había nacido en cuna de oro, hijo de un brillante científico, descendiente de una de las familias venezolanas de gran abolengo social, que vivían en el Country Club, la urbanización más prestigiosa de la ciudad, y estudiaba en uno de los más renombrados colegios, y que llegaba con su chofer a mi trabajo, decirme a mí, que era todo lo opuesto a él: "¡No quiero ser como mi papá ni mi hermana, ni tampoco como mi mamá, quiero ser, yo mismo!..."
Nos pusimos de acuerdo que ese viernes yo tenía una reunión en la iglesia, cuyo templo estaba muy cerca de donde él vivía, decidimos que su chofer, lo recogería allí por la noche. Pero nosotros estábamos en el norte de la ciudad y nuestro destino aquella tarde quedaba al este. Nos llevaría una hora en autobús llegar hasta allá. Pero Paco estaba emocionado de andar conmigo, el hospital quedaba muy cerca del barrio en donde yo había crecido desde los nueve años y donde todavía vivía. Caminamos como una hora y llegamos. Sin duda era la primera vez en toda su vida que Paco visitaba un barrio como aquel. Entonces, le conté la historia de mi vida, de donde venía y hacia dónde esperaba que Dios me llevaría en mi vida. Le conté mis sueños, y el llamado que Dios me había hecho para servirle. Todos me saludaban en la calle y cuando llegué a mi casa, le presenté a mi familia. Mi tía María, con su gentileza de siempre, le ofreció su famoso café recién colado. Pero Paco, me dijo: "¡Francisco, yo no tomo café!" Para no despreciar a mi tía, yo me tomé los dos cafecitos. Lo subí a la azotea de mi casa y le conté mi encuentro espiritual en aquel lugar con mi SEÑOR Y SALVADOR JESÚS, hacía unos años atrás. Desde allí vimos el imponente cerro El Ávila y le mostré hacia el este en lugar en donde él vivía.
Entonces, nos fuimos al este de la ciudad tomamos tres autobuses para llegar a nuestro destino, un viernes por la tarde, toda una locura con el tráfico y tanta gente: "¡Dios mío! ¿De dónde sale tanta gente?" Me comento Paco, cuando por fin pudo sentarse al lado mío, todo sudoroso después de viajar de pié en los dos primeros autobuses. Lo invité a cenar y nos comimos unas arepas, cerca del templo.
Dentro del templo le conté que allí se reunía mi familia espiritual. Se sentó en el piano y tocó una melodía criolla, mientras yo lo aplaudía. Luego nos sentamos debajo de los dos árboles, uno de mango y otro de aguacate que teníamos en el patio a esperar a los demás que vendrían a la reunión. "Francisco"- me dijo al sentarse. ¿Cómo fue que llegaste a Caracas? Entendí que quería saber más de mí. Así lo hice. Al final de mi relato, lo noté conmovido, me acerque lo tomé por sus hombros y le dije: ¡Sabes Paco, yo nunca me he avergonzado de contar de donde vine, ni de contar lo que haré con la ayuda de mi Padre Celestial! Tú y yo somos parte del plan eterno de Dios. No estamos aquí por casualidad, Dios a mi me puso en humilde hogar campesino y a ti en una cuna de oro. No podemos fallarle a Dios". Entonces oré por él allí mismo. Paco, tenía lágrimas en sus ojos y yo también. Su chofer vino a buscarlo y nos despedimos.
El lunes siguiente, mi amigo el doctor vino al laboratorio. "¡Francisco, yo no sé que hiciste con Paco!, cuando llegó y estábamos cenando, nos dijo: Papá, Mamá, María Elena, de aquí en adelante: seré otro." Y hoy tomó nuevamente los libros y se quedó estudiando, no volverá. ¡Gracias por esa ayuda!...
La historia no termina allí, después de treinta años de aquel encuentro con Paco, me encontraba yo visitando a un médico amigo en la Clínica Santa Sofía de Caracas, y mientras viajaba en el ascensor, unos brazos firmes me abrazaron desde atrás, supe que era un médico por el anillo que lucía en su dedo y las mangas de su camisa y la bata de color blanco. "¿A qué no sabes quien soy?" Todos reían en el ascensor. Nos bajamos y viré: El individuo que estaba delante de mí, era nada menos que Paco. Sus compañeros médicos también, celebraron con nosotros nuestro encuentro en la cafetería, y él les dijo: "Este hombre, me dio hace muchos años, un consejo a tiempo".
Oración:
Padre amado:
La dulzura de Tu bondad y misericordia, no tienen límites. Nos has puesto en este mundo con un propósito y no descansaremos hasta cumplirlo según Tu voluntad. Permite Señor que en cualquier momento Tú me uses para ayudar a otros, no solo con las palabras, sino también con mi ejemplo. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
No tienes que avergonzarte de dónde vienes ni adónde vas, cuando sabes que Dios va contigo.
Interacción:
¿Qué te dice Dios hoy por medio de su Palabra?
Y en respuesta a ello…
¿Qué le dices tú a Él?
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