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Porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto. 1 Corintios 9:10b (RV60)
El Dr. Leonardo Polo, catedrático de Historia de la Filosofía en la universidad de Navarra, España, afirmó: “La crisis actual es una crisis de esperanza”. En efecto, hoy en día, más que nunca, han hecho su aparición magos, adivinos, brujos, profetas de desastres a corto plazo; hablan, tuercen la historia, escriben, utilizan los medios de comunicación y van de lugar en lugar, llevando sus elucubraciones, cuentos y fábulas. Las librerías esotéricas hacen sus ganancias con la gran clientela de este tipo de literatura. Y la gente les cree, y los sigue. Porque el ser humano, desde siempre, desde que despertó a la intriga, a la duda y a la desobediencia, ante el enigmático árbol “de la ciencia del bien y del mal” -cuyo conocimiento le estaba prohibido-, ha gustado de explorar y ha puesto su esperanza en los misterios del futuro que su mente finita predice. Ciertamente, algunos futurólogos de gran talento han estado preocupados por el porvenir de la raza humana, pero otros, van a los horóscopos y a los adivinos para intentar superar la crisis de esperanza que los asfixia. Pero, ¿hay alguien que puede profetizar el destino? Bueno, déjeme decirle que si tal persona existiera, en pocos días, llegaría a gobernar a este mundo.
Los vaticinios para este año y el próximo son tan oscuros como lo han sido siempre en el largo camino que la Humanidad ha recorrido. El ser humano en su afán por explorar los misterios del futuro, por penetrar lo desconocido y saber cómo será el mañana, ha cometido muchísimos errores, y para decirlo coloquialmente: ¡No ha acertado ni con una! Se repiten los tópicos: el fin del mundo en mayo del 2011 -dicen algunas sectas del cristianismo-. Se terminará el 21 de diciembre, porque desde esa fecha el calendario maya lo predice, dicen otros. Con esos mismos vaticinios han fallado los famosos Testigos de Jehová varias veces, y también algunos otros de la teología del miedo.
Pues bien, toda esta angustia cósmica a que estamos sometidos, levantamiento de los pueblos en el norte de África, la represión de los dueños del poder contra los manifestantes, la reacción de la comunidad internacional ante estos hechos; el peligro nuclear en Japón; la debacle financiera de las principales economías; el incremento de gobiernos corruptos que frenan la libertad y prosperidad de las naciones que gobiernan; los millones que mueren de hambre; la inseguridad social: uno sabe que sale pero no sabe si regresa vivo a casa, porque los delincuentes están al asecho; crisis de valores; desmoronamiento de los matrimonios y las familias y otras instituciones tradicionales. Como lo hemos afirmado, todas estas situaciones producen en nosotros una crisis de esperanza.
Existe por decirlo de alguna manera, un debilitamiento y vacilación en las convicciones, y no se ve a corto plazo una renovación de los valores que nos han sostenido por siglos. La situación personal, nacional o planetaria nos agobia. No se trata de que peligre nuestra vida, sino la vida en sí misma. Esto nos lleva a una sensación de vacío, de cansancio; estamos simplemente agotados antes de hacer nada. En lugar de vivir, sobrevivimos. Sin duda, tenemos una crisis de esperanza.
Afortunadamente, el Hacedor del ser humano tiene un plan para nosotros, comenzó en la eternidad pasada, existe en el presente, y se proyecta a un fabuloso futuro. Dios nos creó para Él, y como decía San Agustín: “Oh Dios, nos has hecho para ti, y nuestro corazón estará inquieto hasta que no descanse en ti…”.
Así como los árboles lucen secos, como esqueletos emblanquecidos en el duro invierno, reverdecen ante la inminencia de la primavera. El Dios invisible, pero presente, es según el apóstol Pablo, “la esperanza de gloria”… Dios nos ha preparado para salir airosos a pesar de los sufrimientos, las circunstancias adversas y de nuestras lágrimas. Si la angustia es la realidad de un mundo injusto y sin remedio, la esperanza de Dios es la salvación posible en cualquier instante; la salvación es el regalo que Dios nos hace; así podemos realizar el verdadero propósito de vivir en este mundo y mas allá de esta vida humana; sí efectivamente, esta es una invitación a nacer de nuevo, para poseer una fuente inagotable, y entre otras bendiciones, la esperanza: “Y esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Romanos 5:5 NVI). De esta manera, la esperanza en el cristiano no entra en crisis por las circunstancias inmediatas, sino que está siempre presente y se agiganta por encima de ellas, porque se fundamenta en la fe inconmovible de un Dios inmutable, siempre dispuesto a cumplir su promesa, y con la certeza del sembrador que espera a su tiempo una buena cosecha: “Porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto” 1 Corintios 9:10b (RV60).
Oración:
Amado Padre Celestial:
Así como el sembrador planta la semilla esperanzado en su multiplicación al final de la cosecha, igualmente, ayúdame a descansar en ti y haz que mi esperanza sea viva y creciente. En el nombre de JESÚS, amén.
Perla de hoy:
La esperanza es confiar que lo que Dios me promete en Su Palabra, lo cumplirá.
Interacción:
¿Qué te dice Dios hoy por medio de su Palabra?
Y en respuesta a ello…
¿Qué le dices tú a Él?
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