Francisco Aular
Lectura devocional: Lucas 10:1-12
Y les dio las
siguientes instrucciones: «La cosecha es grande, pero los obreros son pocos.
Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más
obreros a sus campos. Lucas 10:2 (NTV)
Ocurrió que en preparativos para la tercera Marcha
Evangelizadora en el oriente de Venezuela, me había comprometido con el pastor
Samuel Ramírez a dar un viaje en reconocimiento del terreno. Así lo hice. Vale
decir, que esto ocurrió una semana después del exitoso viaje a Estados Unidos,
que incluyó Miami, donde Dios había hecho grandes cosas en medio de la Iglesia
Bautista Emanuel, y luego, Texas, donde había grabado algunos programas de
televisión; en aquel viaje el Señor nos había dado una gran cosecha de nuevas
personas para Él, y, además, el pueblo de Dios se había edificado en general.
Como yo era nuevo en el liderazgo, me sentía abrumado ante tantas bendiciones,
¡pero el Señor no dejó que el éxito se volviera vanidad en mí! -de allí, la
importancia de este relato- porque, en realidad, la oración es el vehículo de
la gran cosecha; mediante la oración intercesora ante el Señor de la cosecha,
Él llama y usa con poder a sus obreros en la mies.
Así, que, me correspondió emprender un viaje para
conocer los lugares por donde iríamos con la Tercera Marcha Evangelizadora
-agosto de 1979-. En compañía del pastor Ramírez visité todos aquellos lugares
por donde pasaría la Marcha un año y medio después de haberla iniciado como
plan de evangelización personal en la obra venezolana en 1977. Nuestro itinerario
incluía la ciudad de Puerto Ordaz y la de El Callao, y otros pueblos en el
estado Bolívar. Así llegamos tarde, en la noche, a la ciudad de El Palmar. Nos
alojamos en la casa de la familia Pulgar. Estábamos bajando nuestras cosas del
carro cuando la hermana Pulgar se me acercó y con tono de imploración me dijo,
“perdone usted hermano Francisco, pero tenemos en nuestra iglesia una anciana
que lo ama mucho, ella nos pidió que tan pronto usted llegara lo lleváramos a
su casa, ella quiere conocerlo”.
Llegamos a la casa de la hermana María Reina, una
anciana cercana a los ochenta años, casi ciega. Ella había sido una de las
fundadoras de la obra evangélica en aquellos pueblos conjuntamente con el
misionero Covoult. La sala de la casa estaba dividida por un tabique y éste lo
tenía empapelado con los artículos de mi columna “El avivamiento” que yo había
publicado en nuestro vocero denominacional: El
Luminar Bautista.
Me presenté delante de aquella sierva de Dios;
intercambiamos algunas palabras, pero nunca olvidaré sus gestos y sus palabras.
Se levantó de su asiento y tocando mi cara con sus manos, me dijo: “Francisco,
¿qué te había ocurrido, en dónde estabas estas semanas pasadas, que el Señor no
me dejó dormir y puso en mi corazón interceder por ti noche y día?”.
Con rapidez mental, en fracciones de segundos,
recordé todas las bendiciones recibidas en aquel viaje en Estados Unidos, ¡la
intercesión de esta amada anciana por aquel joven evangelista había hecho la
diferencia! Lágrimas de gratitud corrieron por mis mejillas y exclamé:
“¡hermana María Reina no deje usted de orar por mí y por los obreros que
estamos en el frente de batalla! Nunca más la hermana María Reina y yo volvimos
a encontrarnos en esta tierra, pero sí sé, que mientras vivió, sus oraciones me
acompañaron. Ella partió con el Señor unos 20 años después de ese encuentro.
Como todo intercesor estoy seguro de que su
ministerio de intercesión abarcó mucho más allá de mi propio ministerio, sólo
en el cielo, cuando nos encontremos otra vez, sabremos cuánto de lo bueno que
hemos hecho en la obra se lo debemos a la hermana María Reina y a su gran ministerio
de intercesión aquí en la tierra. El Señor de la obra trabaja por medio de
nosotros, y aún así, necesitamos hermanos que intercedan por nosotros. Porque
la oración es el vehículo de los obreros de la gran cosecha: “Y les dio las
siguientes instrucciones: «La cosecha es grande, pero los obreros son pocos.
Así que oren al Señor que está a cargo de la cosecha; pídanle que envíe más
obreros a sus campos” (Lucas 10:2; NTV).
Oración:
Dulce
oración, dulce oración,
de toda
influencia mundanal
elevas tú mi
corazón.
Al tierno
Padre celestial.
¡Oh cuántas
veces tuve en ti
auxilio en
ruda tentación
y cuántos
bienes recibí,
mediante ti,
dulce oración.
Dulce
oración, dulce oración,
al trono
excelso de bondad
tú llevarás
mi petición
A Dios que
escucha con piedad.
Por fe
espero recibir
la gran
divina bendición
y siempre a mi
Señor servir
por tu virtud,
dulce oración.
Dulce
oración, dulce oración,
que aliento y
gozo al alma das,
en esta
tierra de aflicción
consuelo
siempre me serás
hasta el
momento en que veré
las puertas
francas de Sión
Entonces me
despediré
Feliz de ti
dulce oración.
Himno Dulce oración #138. Nuevo himnario popular. El
Paso, Texas: Casa Bautista de Publicaciones, 1982
Perla de hoy:
La oración
es un deleite de nuestro espíritu con Dios para que nos regocijemos y nos
renovemos momento a momento en la tarea.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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