Francisco Aular
Y él le dijo: Hija, tu fe te ha hecho salva; vé en paz, y queda sana de tu azote. Marcos 5:34
Entre las interrogantes que nos preocupan como seres humanos, se encuentran estas: ¿Por qué debo sufrir tanto? ¿Por qué el sufrimiento parece ensañarse conmigo? ¿Por qué a mí, Señor? Estas son algunas de las preguntas que con frecuencia escuchamos de nuestros familiares y amigos que están pasando por un momento difícil. He aprendido que lo mejor es darle un propósito al sufrimiento y no desperdiciarlo con quejas y lamentos, entonces, la pregunta sería –eso, si queremos que el SEÑOR dialogue con nosotros-: ¿Para qué me permites pasar por esta tribulación SEÑOR? Las primeras preguntas te conducen a tener lástima de ti mismo, la segunda te llenará de optimismo, de fe, esperanza y amor. Sin embargo, cualquiera sea tu enfoque del sufrimiento, cabe preguntarse: ¿Nos veremos algún día nosotros haciendo estas mismas preguntas? Nadie lo desea. Pero me adelanto en decirle que el dolor es parte de nuestro diario vivir. En el transcurso de nuestras vidas nos enfrentamos a enfermedades, problemas, ingratitudes, fracasos y lágrimas, y con mucha frecuencia el ser humano llega al punto en que siente que ya no tiene fuerzas para seguir resistiendo.
La mujer de nuestro relato, en doce años de sufrimientos, ¿cuántas veces se habrá hecho estas preguntas? El sufrimiento de ella no era solamente físico, sino también social, psicológico y espiritual. Ceremonialmente, la persona considerada inmunda era excluida de la adoración pública. En otras palabras, ella era una marginada social, y lo más seguro es que había agotado todos sus recursos para no padecer aquella penosa enfermedad, sin embargo, un rayo de esperanza atravesó los nubarrones de su sufrimiento y encendió su fe, y así se abrió paso para un encuentro sanador con JESÚS. ¡Cuán grato debió sonar la voz del Señor en sus oídos!, cuando le escuchó decir: “Hija”.
El sufrimiento, por muy grande que sea en nosotros los cristianos nacidos de nuevo, no debe hacernos olvidar que somos hijos de Dios. Es más, el dolor puede hacer que nosotros nos elevemos a un plano superior en nuestra relación con nuestro Padre. El sufrimiento puede ser un crisol que nos purifique de la escoria, que nos libra de todo aquello que daña nuestro carácter, pone templanza en nuestra vida, nos ayuda a eliminar nuestro orgullo, también nuestro egocentrismo, que lo quiere todo para sí mismo sin pensar en otros, y a no dejar que se reciban favores de nadie. Y, por encima de todo, el sufrimiento nos enseña a confiar en Dios. Porque Dios no se pone a la vera del camino para vernos desde lejos, sino que se une a nosotros para andar a nuestro lado. ¡Bendita sea su compañía entre nosotros!
Oración:
SEÑOR, alabo y bendigo tu Nombre porque a pesar del sufrimiento, cada día más me acerco a ti en adoración, y confío en tus promesas. Te ruego me ayudes a ser consciente del sufrimiento de los demás, y a ser alguien que lleve palabras de consuelo a los que sufren. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
El sufrimiento, por muy grande que sea en nosotros los cristianos nacidos de nuevo, no debe hacernos olvidar que somos hijos de Dios.
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento por obedecer?
¿Existe un pecado por evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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