Hoy continuamos con el tema de la oración como el motor de la pasión evangelizadora. ¡Gracias al SEÑOR tenemos comprobación de la eficacia de la oración de primera mano, aquí este testimonio:
Es sabido que estuvimos el inicio del Primer Adiestramiento de la Marcha Evangelizadora, el lunes 15 de agosto de 1977. Sin embargo, no teníamos dinero y 29 personas que dependíamos de un milagro…y, ocurrió.
llegó el miércoles 17 de agosto. Tal y como el día anterior, levanté a los marchistas leyéndoles el Salmo 126, y de esta manera, todos estábamos listos para la oración de la seis de la mañana; oramos en grupos pequeños; como a las ocho le pedí al hermano Pablo Jorgez que dirigiera la práctica de la evangelización uno a uno, mientras el hermano Bolívar y yo íbamos a la Plaza Bolívar de Barquisimeto a orar.
Por esas cosas que uno no puede razonar, se me había ocurrido orar al SEÑOR, desde el mismo corazón (por decirlo de alguna manera), de la ciudad. Conocíamos la ruta porque habíamos estado allí para el acto cívico, tras caminar varias cuadras, llegamos. La ciudad ya estaba lista para vivir otro día, y nosotros, para orar pidiéndole al SEÑOR que nos ayudara en nuestras necesidades, principalmente, la financiera. Buscamos un banco de la plaza, nos sentamos y empezamos a orar.
El hermano Jesús Bolívar tendría apenas un año y medio de convertido. Se perfilaba que DIOS le había dado un ministerio de oración muy especial. Ambos habíamos viajado, varias veces, por la zona por donde iba a pasar la Marcha Evangelizadora. Siempre íbamos a la plaza Bolívar de esos lugares, y orábamos por la conversión de los hombres y mujeres del lugar, y por los marchistas que DIOS usaría allí.
También orábamos a la entrada y a la salida de cada ciudad. Las oraciones del hermano Bolívar, como la de mayoría de los nuevos convertidos era conversacional, hablaba con DIOS de manera familiar, y sobre todo, de manera específica. Ese día oró: —“¡SEÑOR necesitamos tres mil bolívares -eso era dinero en aquellos días- o nos quedamos varados aquí en Barquisimeto! Con esos tres mil queremos comprar alimentos para los jóvenes que están en el templo con el hermano Pablo, alquilar el autobús para irnos a Valencia y allí, atender las necesidades de la primera etapa. ¡Ah, SEÑOR!, se me olvidaba, ese dinero lo necesitamos hoy”…
¿Se puede imaginar cómo estaba mi corazón después de oír una oración así? Especialmente, porque provenía de un nuevo convertido; me dije, será mejor que ayude al SEÑOR a responder esa oración al hermano Jesús Bolívar. Lo más probable es que una oración así, sino fuera contestada, pondría la fe de este nuevo convertido en una gran prueba.
Como acto seguido, nos fuimos a una oficina de la compañía de teléfonos, y pedí que me comunicaran con el hermano Carlos Clark, por ese entonces, Secretario General de nuestra Convención; me ubiqué en una caseta; el hermano Bolívar no sabía, por supuesto, lo que yo estaba haciendo.
—“¡Aló!, ¿hermano Clark?”, él me respondió, “¡Sí, Francisco, ¿cómo está ese adiestramiento allí en Barquisimeto?” “¡Buenísimo!, ¿sabe?, el Señor está con nosotros”. Continué diciéndole, “Quisiera pedirle hermano Clark, si fuera posible hoy mismo, un préstamo para los gastos de la Marcha Evangelizadora. Estoy seguro de que el SEÑOR nos dará suficiente dinero para cancelarlo después de la Marcha, porque varias congregaciones y hermanos, nos han prometido algunas ofrendas, y”…
—“¡Perdone que le interrumpa Francisco! Usted sabe que no puedo adelantarle ningún fondo, sin el permiso de la Junta. Algunos de sus integrantes, viven en el oriente del país, otros en occidente y algunos en el centro. Buscar un consenso de ellos, me llevará por lo menos, una semana”.
A esa respuesta yo añadí: —“¡Es verdad hermano Clark!, no me recordaba de eso. ¡No se preocupe entonces! Le pido, por favor, que allí en el Centro Bautista continúen orando por nosotros, ya que lo necesitamos. Bueno, hasta luego”.
Conociendo bien mi denominación, yo sabía que de allí, no vendría el dinero que en aquel día lo necesitábamos, entonces oré diciendo: —“PADRE, perdóname por dudar, honra la fe de mi hermano Bolívar. Todo está en tus manos”. Así que cuando salimos de la compañía de teléfonos le dije al hermano Jesús Bolívar que me esperaba —“Bueno varón Bolívar: ¡Marchemos rápido al templo para ayudar al hermano Pablo Jorgez!”.
Caminando a toda velocidad, el hermano Jesús Bolívar añadió: “¡No se preocupe hermano Francisco, el SEÑOR está con nosotros!” —“De eso ya no tengo ninguna duda”, le respondí.
Cuando retornamos al templo, algunos de los marchistas que pensaban que el hermano Bolívar y yo habíamos salido a buscar comida, nos esperaban. No se acercaron a mí, pero les oí que le preguntaban a mi fiel compañero: —“¿Hermano Bolívar, ¿qué comeremos?” Escuché cuando él les dijo: —“¡Esta noche tendremos banquete!”…
No sé si estos muchachos les compartieron el comentario del hermano Bolívar a los demás, pero lo cierto, es que había un gran regocijo en el ambiente. No almorzamos tampoco, pero les pedí a los marchistas, como a las dos de la tarde, que fueran a descansar. El hermano Pablo se encargaría de reunirlos para la oración de las tres.
Mientras tanto, el hermano Bolívar y yo, nos fuimos otra vez a la plaza Bolívar para orar.
Estábamos orando en la Plaza, cuando escuché sonar la bocina de un auto repetidamente, y una voz que gritaba: —“¡Hermano Francisco, hermano Francisco!” Abrí los ojos y levanté la cabeza, me puse en pie y divisé a lo lejos una mano levantada con un sobre blanco, llamándome la atención. Era la hermana Rosa Catania, por cierto, su hija Nuncia estaba en el Adiestramiento, ella había ido primero al templo y al no encontrarnos allí, había venido a la Plaza Bolívar a buscarnos. Rápidamente corrí a donde ella estaba, crucé la calle, pero ella no pudo estacionarse bien y tenía prisa.
—“Hermano, Francisco, esta mañana fui a mi oficina y estando allí, como a las nueve, pensé en ustedes, DIOS puso en mi corazón traerle una ofrendita de amor para la Marcha Evangelizadora. Voy a prisa porque debo estar de regreso en Maracaibo para cerrar la oficina”. Sin decir nada más, me dio el sobre. Entendiendo que ella tenía que regresarse rápido, le expresé mi profundo sentir; me asombraba el hecho de que ella hubiera venido de tan lejos, así que le dije: —“Hermana Rosa, ¡muchas pero muchas gracias en mi nombre y el de los marchistas!” Ella se marchó, y yo esperé a que su carro se perdiera entre los otros. Mientras la hermana Rosa se alejada entre el tránsito de aquella ciudad, yo sabía que le esperaban por lo menos, unas cuatro horas de retorno.
Volví al banco en donde estaba sentado el hermano Jesús Bolívar, repetí la expresión de la hermana Rosa, “es una ofrendita de amor”. Enseguida le dije, “Hermano Bolívar dé gracias al SEÑOR por esta ofrenda, seguramente deben ser unos cien o tal vez cincuenta bolívares”. —“¡Hermano Francisco!” Exclamó el hermano Bolívar, como el que va a sugerir una acción, —“hagamos como lo hacemos en la comisión de finanzas de la iglesia, abramos el sobre primero, vemos la cifra y entonces, oramos”.
Debo confesar, que a estas alturas ya estaba un poco nervioso por la emoción de abrir el sobre. Nunca se me olvidará aquel momento, por cierto, uno de los más emotivos de toda mi vida, nervioso, rompí el sobre y extraje un cheque a mi nombre, la cifra no era ni de cien, ni de quinientos, ni de dos mil novecientos noventa y nueve, allí en números y en letras aparecía la cifra de tres mil bolívares.
Di un salto y grité la cifra, y di a toda voz un ¡Gloria a DIOS! El hermano Bolívar tan emotivo como yo, expresaba lo mismo, caminando de un lado a otro, los transeúntes nos miraban, tal vez, parecíamos un par de borrachitos, de esos que a veces se pasean por las plazas. ¡Bendito y alabado sea el SEÑOR!
Nos calmamos a pesar de que queríamos correr para dar las noticias a los marchistas. Nos sentamos otra vez, y el hermano Bolívar hundió la cara entre sus manos y oró: “¡PADRE, gracias por oírme esta mañana cuando te oré en este mismo lugar!”. Por mi parte, agradecí al SEÑOR que había honrado la fe del hermano Bolívar, al confiar totalmente en lo que DIOS le había dicho en su Palabra, y en la seguridad de esperar en él; esa fe que poseen ciertos hombres y mujeres, que como el hermano Jesús Bolívar hacen que el cielo se abra en bendiciones sobre la tierra. No es fe en la fe, sino en el DIOS Todopoderoso que nos dice una y otra vez: “Clama a mí, y yo te responderé; y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3).Esta vez, al regresar al templo, las cuadras me parecieron kilómetros.
Éramos portadores de buenas noticias para todos los marchistas. Aquella tarde el hermano Pablo hizo dos cosas muy importantes: Salió a contratar el autobús que nos llevaría de Barquisimeto a Valencia, y además, a hacer reservaciones en un restaurante cercano al templo de la Primera Iglesia de Barquisimeto, porque comeríamos allí, ¡por fin!, antes del culto de la noche.
Oración:
PADRE MISERICORDIOSO:
Aquí estoy SEÑOR, lleno de gratitud y con lágrimas. Sé que ahora mismo, en algunos lugares los marchistas y los organizadores necesitan un milagro como ese de Barquísimeto. Vengo delante de ti con esta oración: ¡SEÑOR, hazlo otra vez! En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
La oración es la clave de todo lo que hagamos en la obra. Activémosla y DIOS hará milagros en la extensión de Su Reino como lo ha prometido.
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