domingo, 15 de junio de 2014

El padre que necesitamos

Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: Deuteronomio 6:1-8
Debes comprometerte con todo tu ser a cumplir cada uno de estos mandatos que hoy te entrego. Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus conversaciones cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalos a tus manos y llévalos sobre la frente como un recordatorio. Deuteronomio 6:6-8 (NTV)

“¡Fran, nació Daniel, y es bello…!”, exclamó la orgullosa abuela Lola de Dámaso, tocándome los hombros para despertarme de mi breve paso por el sueño, allí sentado en el banco de la sala de espera del hospital. Ambos corrimos a la sala donde Mary y Daniel nos esperaban. Por primera vez, lo tuve entre mis brazos, lo apreté y lo besé. Desde ese momento, comprendí mejor lo que tantas veces había oído sobre la paternidad. Sí, en efecto, ningún hombre puede saber qué significa la vida, la familia, el mundo, en fin, cualquier cosa, hasta que tiene un hijo, lo ama, lo protege y guía en los primeros años de su vida, porque, entonces, todo el universo cambia y nada es exactamente igual.
Sin embargo, tener hijos no lo convierte a uno en padre, del mismo modo que tener cuadros en la pared de la casa no lo vuelve a uno pintor. Ciertamente, la gran necesidad del mundo actual es de verdaderos padres en todo el sentido de la palabra. ¿Cómo debe ser el padre que necesitamos? Afortunadamente, Dios nuestro Padre Celestial, nos dejó un Libro que es excelente guía para los padres: La Biblia. Allí aprendemos nosotros, primeramente, que todo es perecedero en el mundo, el poder, la fama, las riquezas y la persona misma desaparecen, pero la virtud de un buen padre de familia, vivirá para siempre. Sea que seamos buenos padres o no, de todos modos, vamos de paso por este mundo y moriremos, y si de todos modos vamos a morir, pensemos que la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es la herencia espiritual; será necesario haberlos nutrido con suficiente amor, de tal manera que ellos puedan repartirlo por donde van; hay que enseñarle al hijo los valores cristianos, guiarlo en la solución de los problemas que plantea la familia y la sociedad, y que mantenga la unidad familiar porque el verdadero sentido de la vida es mantener los lazos que Dios creó, al planearnos para que fuésemos abejas de un mismo panal y leños de un mismo fogón;  fomentar y desarrollar en nuestros hijos una mente equilibrada por la fe, la esperanza y el amor, como producto de un alma bien alimentada por la Palabra de Dios; un carácter firme, y a la par comprensivo, que aliente al desanimado, levante al caído, que sea capaz de perdonar y pedir perdón; que infunda con la palabra y con la acción el hábito de la asistencia a la iglesia, que es la familia espiritual en donde nos entrenamos para la verdadera vida en el más allá y en el más acá.
Cierto es que al final de tu vida, y viendo que tus hijos no siguen el sendero que les has trazado te sientas triste, y hasta pueda  que escuches que te culpen por que lo que está mal en ellos; es posible también, que algún día escuches de sus labios: “Papi, quiero darte gracias por todo aquello que está bien en mí”. Así que recuerda, que nunca fuiste perfecto, pero hiciste lo que pudiste; no te dejes dominar por sus críticas: “Haz como sándalo que perfuma el hacha que lo hiere”, sigue el consejo de la Palabra de Dios, sigue enseñando y modelando lo que manda la Biblia: Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus conversaciones cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. ¡Pase lo que pase, no dejes de ser el padre o el abuelo que necesitamos! Diles a tus hijos cuánto los amas. Al fin y al cabo, ellos no te escogieron como padre, sino Dios. Tus hijos, tarde temprano, volverán a la Palabra y comprenderán al proverbista cuando dijo: “Hijo mío, presta atención cuando tu padre te corrige; no descuides la instrucción de tu madre. Lo que aprendas de ellos te coronará de gracia y será como un collar de honor alrededor de tu cuello” (Proverbios 1:8,9).
Oración:
Amado Padre Celestial
Cuando JESÚS fue bautizado le dijiste: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”. Hoy quiero agradarte como el verdadero Padre que eres para mí, y escuchar que dices lo mismo de mí. Ayúdame Padre, a ser como tú eres. En el nombre de JESÚS. Amén.
Perla de hoy:
¡Pase lo que pase, no dejes de ser el padre o el abuelo que necesitamos!
Interacción:
https://mail.google.com/mail/images/cleardot.gif¿Qué me dice Dios hoy por medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
  

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