Francisco Aular
faular@hotmail.com
Lectura devocional: Deuteronomio
6:1-8
Debes
comprometerte con todo tu ser a cumplir cada uno de estos mandatos que hoy te
entrego. Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus conversaciones
cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y
cuando te levantes. Átalos a tus manos y llévalos sobre la frente como un
recordatorio.
Deuteronomio 6:6-8 (NTV)
“¡Fran, nació Daniel, y es
bello…!”, exclamó la orgullosa abuela Lola de Dámaso, tocándome los hombros
para despertarme de mi breve paso por el sueño, allí sentado en el banco de la
sala de espera del hospital. Ambos corrimos a la sala donde Mary y Daniel nos
esperaban. Por primera vez, lo tuve entre mis brazos, lo apreté y lo besé.
Desde ese momento, comprendí mejor lo que tantas veces había oído sobre la
paternidad. Sí, en efecto, ningún hombre puede saber qué significa la vida, la
familia, el mundo, en fin, cualquier cosa, hasta que tiene un hijo, lo ama, lo
protege y guía en los primeros años de su vida, porque, entonces, todo el
universo cambia y nada es exactamente igual.
Sin embargo, tener hijos no lo
convierte a uno en padre, del mismo modo que tener cuadros en la pared de la
casa no lo vuelve a uno pintor. Ciertamente, la gran necesidad del mundo actual
es de verdaderos padres en todo el sentido de la palabra. ¿Cómo debe ser el
padre que necesitamos? Afortunadamente, Dios nuestro Padre Celestial, nos dejó
un Libro que es excelente guía para los padres: La Biblia. Allí aprendemos
nosotros, primeramente, que todo es perecedero en el mundo, el poder, la fama,
las riquezas y la persona misma desaparecen, pero la virtud de un buen padre de
familia, vivirá para siempre. Sea que seamos buenos padres o no, de todos modos,
vamos de paso por este mundo y moriremos, y si de todos modos vamos a morir,
pensemos que la mejor herencia que podemos dejar a nuestros hijos es la
herencia espiritual; será necesario haberlos nutrido con suficiente amor, de
tal manera que ellos puedan repartirlo por donde van; hay que enseñarle al hijo
los valores cristianos, guiarlo en la solución de los problemas que plantea la
familia y la sociedad, y que mantenga la unidad familiar porque el verdadero
sentido de la vida es mantener los lazos que Dios creó, al planearnos para que
fuésemos abejas de un mismo panal y leños de un mismo fogón; fomentar y desarrollar en nuestros
hijos una mente equilibrada por la fe, la esperanza y el amor, como producto de
un alma bien alimentada por la Palabra de Dios; un carácter firme, y a la par
comprensivo, que aliente al desanimado, levante al caído, que sea capaz de
perdonar y pedir perdón; que infunda con la palabra y con la acción el hábito
de la asistencia a la iglesia, que es la familia espiritual en donde nos
entrenamos para la verdadera vida en el más allá y en el más acá.
Cierto es que al final de tu vida,
y viendo que tus hijos no siguen el sendero que les has trazado te sientas
triste, y hasta pueda que escuches
que te culpen por que lo que está mal en ellos; es posible también, que algún
día escuches de sus labios: “Papi, quiero darte gracias por todo aquello que
está bien en mí”. Así que recuerda, que nunca fuiste perfecto, pero hiciste lo
que pudiste; no te dejes dominar por sus críticas: “Haz como sándalo que
perfuma el hacha que lo hiere”, sigue el consejo de la Palabra de Dios, sigue
enseñando y modelando lo que manda la Biblia: Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus
conversaciones cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te
acuestes y cuando te levantes. ¡Pase lo que pase, no dejes de ser el padre
o el abuelo que necesitamos! Diles a tus hijos cuánto los amas. Al fin y al
cabo, ellos no te escogieron como padre, sino Dios. Tus hijos, tarde temprano, volverán a la Palabra y comprenderán al
proverbista cuando dijo: “Hijo mío, presta atención cuando tu padre te corrige;
no descuides la instrucción de tu madre. Lo que aprendas de ellos te coronará
de gracia y será como un collar de honor alrededor de tu cuello” (Proverbios
1:8,9).
Oración:
Amado Padre
Celestial
Cuando JESÚS
fue bautizado le dijiste: “Tú eres mi Hijo amado, en ti tengo complacencia”.
Hoy quiero agradarte como el verdadero Padre que eres para mí, y escuchar que
dices lo mismo de mí. Ayúdame Padre, a ser como tú eres. En el nombre de JESÚS.
Amén.
Perla
de hoy:
¡Pase lo que pase, no dejes de ser
el padre o el abuelo que necesitamos!
Interacción:
¿Qué me dice Dios hoy por
medio de su Palabra?
¿Existe una promesa a la cual pueda aferrarme?
¿Existe una lección por aprender?
¿Existe una bendición para disfrutar?
¿Existe un mandamiento a obedecer?
¿Existe un pecado a evitar?
¿Existe un nuevo pensamiento para llevarlo conmigo?
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